13.12.14

Mi perro y la teología

Sé que mi perro no es una persona, y nuestra relación se levanta sobre esa base. Pero eso no resuelve todas las cuestiones que sugiere.

Mi perro es un tipo de costumbres, como todos los perros. Su horario de comidas, sus rutinas, sus salidas, sus bocadillos, todo le gusta estructurado. Si la rutina se cumple, parece tranquilo. Si la rutina se altera, parece inquieto. Uno intenta, por tanto, que la rutina se siga en lo posible.

¿Sabe mi perro que lo quiero? No lo sé. De hecho no hay modo de saberlo. Si se acerca a mí para que le dé comida, agua o caricias, ¿se entera de que lo hago por cariño o me ve nebulosamente como una máquina dispensadora de necesidades? ¿Percibe que la caricia es una expresión emocional o sólo se centra en sus propias emociones o disfrute?

Si eso no se puede saber, menos aún se puede saber si mi perro "me quiere"... si algún perro "quiere" a la gente que le rodea y satisface algunas de sus necesidades, o todas. Incluso el indigente que le da de comer a sus perros prioritariamente y él sólo come si sobra, no tiene modo de saber si sus perros se dan cuenta de lo que pasa y si le tienen cariño.

Nos gusta interpretar algunas acciones de nuestras mascotas en términos humanos, lo que los etólogos llaman "antropomorfizar". Nos reflejamos en ellos, los vemos como seres iguales que se alegran y entristecen, que temen, que sueñan, que tienen rencores y planes, que son coquetos o tímidos, que sienten al menos de manera equiparable a la de nosotros. Pero nuestra visión es imprecisa, sesgada, especula sobre una subjetividad que nos es desconocida. Las "motivaciones internas" de nuestras mascotas que usamos para explicar sus acciones son caprichosas, basta pensarlo apenas un poco para darnos cuenta de que hay muchísimas otras posibles explicaciones igualmente plausibles. Aunque ciertamente menos agradables a nuestra propia subjetividad.

Pero, en realidad, no importa. Sí, me gustaría que mi perro me tuviera "cariño" como yo siento que le tengo a él, pero ¿qué importa si no me lo tiene? Lo importante para mí, cuando satisfago alguna de sus necesidades, es que sea feliz él. Si lo acaricio y se queda en el sitio, y además protesta si paro, no es del todo descabellado concluir que lo que hago le satisface, un conductista cuadrado diría que la caricia es reforzadora, así sea sólo de la poca conducta que representa permanecer sentado junto a mi silla. Darle esa satisfacción es agradable.

Sería absurdo que mi satisfacción se derivara de lo que sienta mi perro hacia mí, lo único razonable es que se derive de lo que mi perro sienta gracias mí. Si lo acaricio "porque lo quiero" y eso lo hace feliz, debería bastarme sin esperar que "me quiera", por mucho que me guste suponerlo.

Es curioso pensar que esa posición moral, bastante elemental, por cierto, está tan por encima de la de los dioses que ha inventado la humanidad, y cuya benevolencia y satisfacción no proceden de la felicidad de sus criaturas, con las que deberían tener una vinculación mucho más estrecha que nosotros con nuestros perros, si nos imaginamos que fueron los amorosos creadores de ellas. Pero cuando estudiamos a los dioses, vemos que su mezquina felicidad, su satisfacción, proceden de la adoración de sus criaturas, de su amor, así sea forzado, de su temor, de su reverencia, de sus oraciones, de sus sacrificios, de lo que le dan las criaturas.

No creo que nadie dejara de querer a su perro o de satisfacer sus necesidades en lo posible o de acariciarlo si descubriera que "realmente" su perro no le quiere como espera, que acaso la visión y emociones del animal respecto de esa persona sean muy nebulosas e imprecisas. No creo que el dueño de un perro lo matara, lo condenara al infierno, lo torturara o le causara incluso incomodidades notables si no "lo quiere".

Es inquietante pensar que los dioses que hemos creado son menos morales que cualquier persona media no especialmente virtuosa que le tenga cariño a su perro.

5.12.14

Teoría y práctica

Imagen de Discostu vía
Wikimedia Commons.
Lo que está pasando (y previsiblemente seguirá pasando) con los jefes de Podemos parece claramente representativo del divorcio entre el aula y la realidad que afecta a la universidad española y al país en general. Han creado un proyecto sobre bases teóricamente sólidas que en la práctica no está saliendo según lo planeado.

Durante muchos años, aunque ahora se presenten como si hubieran surgido por generación espontánea en enero de 2014, el grupo central de Podemos (Iglesias, Monedero, Errejón, la eminencia gris Luis Alegre y Carolina Bescansa) ha estado planeando, y de forma abierta, no a modo de conspiración, la toma del poder en España, como corresponde a todo partido político. En su caso buscando ser alternativa a la extrema izquierda perdedora habitual, ejemplificada ante todo por IU pero que incluye a varias docenas de otros partidos de diversos sabores marxistas y que ha demostrado contundentemente que tiene un techo electoral que no supera a los 2 millones de españoles.

La airada reaccción de esta izquierda siempre ha sido culpar a otros de su incapacidad de ganar el favor del electorado: el sistema D'Hondt, "el bipartidismo" (del que culpan a los partidos mayoritarios sin darse cuenta de que a quien están condenando es a los 20 millones de electores que lo eligen), un complot del capitalismo malvado o, directamente, la falta de conciencia política de las mayorías manipuladas por los medios de comunicación del sistema. Convencidos de que tienen la razón en sus análisis, diagnósticos y planteamientos de soluciones, el error tiene que estar fuera, los que se equivocan son los que votan, las elecciones están amañadas. Lo que sea menos "mis ideas no son compartidas por esa enorme masa de trabajadores, obreros, asalariados, amas de casa, lúmpenes y desempleados de quienes soy el mesías elegido".

La semilla de Podemos está allí, basta ver las numerosísimas intervenciones de varios de sus integrantes, pero fundamentalmente de Pablo Iglesias, en espacios "protegidos", es decir, con los suyos, principalmente ante públicos de Izquierda Anticapitalista. Una y otra vez les explica a los enjundiosos cuanto marginales militantes de ese partido que es guay lo de tirar cócteles molotov y darse de leches con la policía, presumiendo incluso que en su ingenua juventud se calificaba el compromiso de sus compañeros por cuántas veces se quedaban atrás pateando policías o recibiendo porrazos y bolas de goma... pero que eso, siendo legítimo, no los va a llevar al poder. Es cuando también dice, multicitadamente, que pide perdón por no golpear a los fachas con los que debate en la televisión de la derecha, explicando que ésa no es la estrategia adecuada para su objetivo: la toma del poder.

Así se fue construyendo el discurso de La Tuerka y del programa de la televisión oficial iraní Fort Apache y de la participación de estos personajes en los medios, basada en los estudios de actuación que cursó Pablo Iglesias: crear una estrategia de márketing que cambiara la imagen del viejo comunista furibundo por la de un joven razonable, amable pero firme, enérgico y serio, con su doctorado grabado a fuego en la frente para que todo mundo lo tenga presente, y con una pureza moral que permita todo tipo de imprecisiones ideológicas al lanzarse contra un enemigo multiusos construido para el discurso sin una definición precisa ("la casta") al que se puede culpar absolutamente de todo.

La república de Platón y El príncipe de Maquiavelo se encuentran con la teoría publicitaria y de márketing en el proyecto de Podemos y su alter ego, el Partido X. No afirman defender las ideas de la izquierda, no mencionan la lucha de clases, se presentan como un dechado de bondades que traerá la felicidad y la prosperidad sin dolor alguno. Como los detergentes hacen "un blanco más blanco", los refrescos nos dan "paz y solidaridad humana" y los automóviles nos vuelven jóvenes, guapos, rubios y 20 centímetros más altos. Todo su discurso está cuidadosamente dosificado para no verse, Iglesias dixit "como unos rojeras", y cambia estridentemente conforme cambia el público.

Como gente que vive en los bien definidos terrenos de la teoría, convencidos de que la aplicación de su marco teórico es la solución a todos los problemas de lo divino y de lo humano, y a quienes les aplauden por su capacidad teórica, les dan becas, les conceden cátedras y les publican libros donde arreglan el mundo desde el papel bond, para el grupo propietario de Podemos resulta sencillo asumir la teoría de la comunicación publicitaria como añadido a sus ideas políticas. Mire usted: si los medios manipulan para vender cualquier producto cuyas características no son nada claras para el público (¿quién sabe cómo limpian los detergentes y qué es un surfactante?), es lógico y razonable, y posible, usar a los medios para vender nuestro producto sin que se note mucho cuáles son sus características esenciales, de hecho dándonos el lujo de afirmar que nosotros pues sí, mire usted, somos de izquierdas, pero el partido que encabezamos no, resulta que somos ideológicamente incoherentes y defendemos como organización política cosas en las que no creemos individualmente, pero nuestra hipocresía no es un defecto, es una característica innovadora del producto.

La mercadotecnia nos lleva al poder y ya en el poder aplicamos las políticas en las que realmente creemos, y como son tan buenas en la teoría, la gente nos perdonará y de hecho nos dará las gracias por haberles abierto los ojos. Los profes de la universidad educando a todo un país, a toda una sociedad que hará un acto de contrición al darse cuenta de que podía haber conseguido la perfección de la utopía de Moro con sólo poner al frente a quien aplicara a rajatabla nuestras convicciones.

Pero , como decíamos al principio, el divorcio de la teoría con la práctica que mantiene ese mundo paralelo, esa dimensión de los académicos detrás del espejo en la universidad española, ha olvidado varias cosas.

Principalmente ha olvidado que si reclamas una sola característica esencial de tu producto, ésa es la que no puede fallar. Si tú te vendes como la opción a la horrible inmoralidad que denuncias incesantemente, no puedes cometer actos que parezcan siquiera inmorales. Si tú te vendes como la opción democrática (en tu entorno nació la consigna "le llaman democracia y no lo es", que no será precisa, pero cantada tiene gran fuerza) no puedes hacer chanchullos en las elecciones internas de tu partido. Si tú te vendes como la transparencia y la apertura, no puedes esconderte bajo la cama cuando caen relámpagos a tu alrededor.

Podemos no sabía, porque no lo vieron en la teoría, que no hay campaña publicitaria que pueda salvar a un producto malo. En la vida real, la manipulación de los medios imaginada por quienes viven en la academia no es tan perfecta ni tan absoluta. Han fracasado estrepitosamente productos lanzados con todo el dinero del mundo en sus campañas (como la "New Coke" que significó casi el desastre final para la Coca-Cola, a la que imaginan como una empresa todopoderosa a la que envidian e imitan). Las empresas que parecen dominar el mundo con su poder económico caen cuando sus productos quedan por debajo de las expectativas que crearon. Es decir, la realidad es más dinámica, más compleja y más imprecisa que la teoría. ¿Recuerda usted a Nokia? Fue la empresa dominante de los teléfonos móviles durante una década, poderosa, acaudalada, pero la anularon casi totalmente otras más innovadoras. ¿Y Atari? Pioneros de la informática que dominaban el mercado de modo agobiante. Sí, la publicidad puede hacer muchas cosas y cambiar percepciones y vender productos absurdos... pero tiene límites que no se conciben en el mundo conspiranoico según el cual el fracaso de la extrema izquierda se debe sobre todo a esos medios que manejan a los pobres ciudadanos como marionetas sin ningún espacio de decisión libre.

En la realidad, la gente puede decepcionarse de que los vendedores de moral tengan errores de bulto. Que sean de poca monta económica es anecdótico, y tratar de minimizarlos comparándolos con los grandes actos de corrupción no puede dejar de verse como un acto de cobardía. "No robarás, salvo poco dinero" no parece un imperativo moral, sino una coartada. La gente puede decepcionarse de los bandazos en las propuestas económicas, desfiguradas radicalmente para conseguir más clientes, a costa de que la base de clientes que ya tienen sienta traicionada su lealtad.

En la realidad, la política y el control de los electores que no están comprometidos con una ideología no es tan fácil. Predicarle al coro y ser el renovador en el mitin del partido afín es sencillo y muy gratificante, pero deja de funcionar cuando tienes un sector crítico al que no puedes hacer callar. Y, para remate, cuando el arco reflejo de los líderes de Podemos es clamar, como cuando perdían elecciones, que todo es producto de un complot, que los medios de comunicación están manipulando al público, que la gente es tonta, que la culpa es de otros y que los electores están equivocados al reclamarles sus actos, pueden estar socavando las bases que construyeron con su campaña previa. Reaccionar igual que lo peor de la política que pretenden sustituir no es precisamente algo que evoque confianza entre los electores, por más que aplauda el núcleo duro que les aplaudirá lo que sea, los incondicionales. La izquierda extrema, marxista ya sea electoralista o armada, ha vivido de los incondicionales, que han alimentado su creencia de que son lo mejor que le puede pasar a un pueblo aunque el pueblo no lo sepa. Con ese núcleo duro de incondicionales pueden volver fácilmente al techo de dos millones de votos, pero difícilmente van a lograr el birlibirloque ideológico que se han propuesto.

"En teoría, no hay diferencia entre la teoría y la práctica. En la práctica, sí la hay" es una frase que se le ha atribuido a muchos autores. En este caso parece aplicarse con toda precisión.

16.9.14

¿Y si no es el fin de una era?

(Foto CC Visitor7 vía Wikimedia Commons)
El fin de los tiempos, el fin del mundo es uno de los elementos fundamentales de cualquier movimiento basado en la fe de la gente, sea religioso o político, como lo expone de modo brillante Matthew Kneale en su excelente An Atheist's History of Belief, una historia de las religiones y formas de pensamiento afines desde la perspectiva de la no creencia.

El fin del mundo puede ser muchas cosas, como decía el venerable maestro Nasrudín, protagonista de numerosas historias y anécdotas del sufismo (1). Puede ser el juicio final cristiano, aunque resulta que después de ese juicio final las cosas siguen, es decir, no es un final-final, sino un hito que termina con el ciclo del cambio para inaugurar una era inamovible, el reino de dios. Puede ser el fin de la conciencia que preconizan los budistas y que representa el salto al Nirvana. Puede ser el fin de nuestro planeta por alguna catástrofe natural o artificial, ahora o cuando el Sol se expanda y lo convierta en cenizas dentro de 5 mil millones de años. Puede ser una revolución que deponga a un rey. Puede ser la conquista por parte de una potencia extranjera. Puede ser el paso a un mundo de tinieblas como el Hades de los griegos o el Mictlán de los aztecas.

Más que el fin del mundo es el fin de los tiempos, o de una era.

O puede ser simplemente el fin del sufrimiento y la inauguración de un futuro venturoso, donde no existirán los problemas que nos plagan, nos sacan canas, nos impiden dormir y nos hacen la vida a veces detestable.

Pero advertir del fin del mundo, o del fin de los tiempos, o de una era, siempre ha sido una forma garantizada de atraer seguidores para quien tiene la desfachatez o la convicción de prometer una vida mejor a los suyos cuando pase el armagedón.

Todo movimiento político tiene por objeto buscar un futuro mejor para la sociedad en la que se desarrolla. Algunos se distinguen por prometer un fin de los tiempos que de una u otra forma que llevará al paraíso final, y muchos pensadores, como Bertrand Russell los han identificado con movimientos religiosos más que con acciones meramente políticas. El marxismo establece una hoja de ruta que lleva desde la revolución armada del proletariado hasta el establecimiento de una sociedad perfecta, sin clases, sin estado, sin leyes... una especie de anarquismo pacífico mundial. El hombre nuevo del mundo nuevo, frase recurrente. El independentismo suele afirmar que la independencia marcará la diferencia entre una situación desagradable y un pequeño paraíso en la tierra, donde los independizados serán felices, prósperos y más buenos que sus enemigos (y poco importa que la historia nos demuestre que eso no ha ocurrido en realidad salvo excepcionalmente). El militarismo con frecuencia establece que una vez que se derrote, humille o aniquile al odiado enemigo, todo será bueno, sus seguidores serán prósperos y felices.

Los nuevos movimientos políticos que en gran parte se originan en un sector marginal (en número y en relevancia política) de la izquierda, que busca reinventarse para rescatarse de una historia de pocos éxitos y muchos desastres, sobre todo económicos, y que buscan presentarse renovados como una opción "ni de izquierda ni de derecha" en todo el mundo (desde Occupy Wall Street hasta el 15M) tienen claramente una visión milenarista o apocalíptica: estamos ante el fin de los tiempos. De unos tiempos, al menos. Y la ilusión es tan potente que incluso otros sectores de la izquierda, tradicionalmente más apegados al análisis racional y evidencial de la realidad, parecen estar cayendo bajo la influencia de la promesa milenarista.

Arrepentíos, el fin está cerca, es el mensaje, pero desde el punto de vista político y no religioso. El modelo está caduco. ¿Cuál modelo? El modelo económico capitalista y el modelo político de la democracia. El modelo de trabajadores contra patrones, del enfrentamiento de clases, de la izquierda y la derecha, del progresismo y de la reacción, de la justicia social y la injusticia social, del laicismo y de la religión. Ya no sirven, ya no responden a las necesidades y deseos de "la mayoría" de la población. Ya no tienen capacidad de resolver problemas. Hace falta un modelo nuevo, que es más o menos una economía socialista nebulosa y una democracia directa asamblearia sin ideologías.

Esta visión es compartida por muchos en todo el mundo occidental. La sola búsqueda en Google de "modelo caduco" nos informa que lo es, a ojos de unos u otros, el capitalismo, la constitución española, la negociación colectiva sindical, Fitur, el peronismo reciclado de Cristina Kirchner, el sistema de propiedad intelectual, la federación de baloncesto, el sistema educativo español, el libre mercado, los partidos políticos, el comunismo y prácticamente cualquier cosa que se nos ocurra. Todo está mal, todo se está cayendo a pedazos y necesitamos a alguien que nos salve para no ser tragados por la tierra cuando se abra.

No se trata de debatir ahora si los nuevos movimientos tienen o no futuro político, si son honestos (ciertamente algunos no lo son, habiendo reunido en poco tiempo un catálogo de mentiras que cualquier otro político habría necesitado años para acumular), ni siquiera si sus propuestas son viables (algunas al menos ciertamente no lo son). Se trata de determinar si su aproximación a los problemas que vive la sociedad en la que se desenvuelven es lo bastante rigurosa como para ameritar que confiemos en ella. Sobre todo cuando el mensaje es tan contundente y de tantas posibles consecuencias: Es el final de una era y nosotros somos los responsables de inventar el futuro prácticamente a partir de cero porque todo lo que había antes es inservible, ayúdanos a salvarte.

El adanismo

Fue Ortega y Gasset quien creó el necesario neologismo "adanismo" para denotar a la actitud que pretende empezar todo desde cero, descontando el pasado como un error sin nada rescatable. En cierto modo, su epítome es la experiencia del joven que descubre el sexo y cree que lo está inventando todo, que sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y básicamente todos los seres humanos antes de su generación nunca disfrutaron como él, nunca se lanzaron a las audaces y originales prácticas que él está experimentando y eran, vamos, el summum de lo ñoño y lo aburrido. Luego de mantener esa ilusión un tiempo, en algún momento de su vida se encuentran con algo como, digamos, los templos de Khajuraho, y tienen que replantearse su visión del pasado. Dejan de ser adanistas sexuales.

Friso en uno de los 20 templos de Khajuraho, Rajastán, India
(Foto CC de Dennis Jarvis, vía Wikimedia Commons)
Y el adanismo es uno de los males del mesianismo político. La idea de que todos los que en el pasado han estado a cargo de la administración de la cosa pública son ineptos, malvados, corruptos, estúpidos, miserables, desinteresados del bienestar colectivo, desorganizados y truhanescos... o preferiblemente todas las anteriores, y que para resolver las cosas basta quererlo, tener lo que llaman "voluntad política", llegar al gobierno y hacer las cosas distintas o, simplemente hacer lo contrario que hicieron todos los que vinieron antes. Vamos, que las soluciones son sencillas e indoloras y el que dude será vituperado, humillado y se le excluirá del paraíso.

Lo que nadie parece plantearse como tema de reflexión, y que uno pensaría que es razonable tener en cuenta en el cálculo de probabilidades, es si estas afirmaciones son fiables y se ajustan a los hechos con base en datos, cifras y valoraciones históricas y económicas sólidas. Es decir, si realmente el sistema se está desmoronando, si realmente su caducidad es inevitable, si estamos ante un final de los tiempos, o si estamos sólo ante una crisis cíclica de la que saldremos sin saber qué hacer. Aquí, claro, no hay respuestas, sólo preguntas

Repetiré una idea que ya he comentado sobre la forma en que nos enfrentamos a los hechos a nuestro alrededor. El primer paso para cambiar las cosas es detectar debidamente un problema o una situación indeseable. Una vez identificado el problema, procede diagnosticar sus causas. Y ya con ese diagnóstico, si es exacto, se puede proceder a solucionar las causas para hacer desaparecer, de raíz, el problema.

Ese camino, sin embargo, está lleno de peligros para cualquiera, independientemente de su buena fe.

Primero, podemos detectar un problema de modo parcial o incorrecto. Por ejemplo, un paciente puede percibir un dolor en el brazo izquierdo y una sensación de ahogo en el cuello y es necesario tener cierta experiencia médica para saber que el problema no es ése, sino que se trata de un ataque cardiaco. Por poner un ejemplo, en Europa está generalizada la idea de que estamos en una crisis económica de orden mundial, cuando los datos señalan que la mayoría de los países no sólo no están en crisis, sino que no pocos gozan de una maravillosa salud económica. De 219 países, 145 crecieron 2% o más en 2013, 117 de ellos crecieron más del 3% y sólo decrecieron 21... entre ellos, esperablemente, España, Italia, Portugal y Grecia... y 52 de ellos vivieron realmente un boom con un crecimiento económico del 5% o más. Pero sólo dos países europeos pequeños tuvieron un crecimiento de más del 5%: Moldavia y la Isla de Mann.

Vamos, que la crisis es "más mundial" cuando nos ocurre a nosotros, o al menos ése es el truco que nos juega nuestra percepción.

¿Es o no una crisis mundial? Habría que demostrarlo, por supuesto. Yo no sé si es el caso o no, no conozco todos los datos relevantes, pero los pocos que tengo me indican que es probable que no lo sea. Desafortunadamente parece ser que los que denuncian el problema tampoco tienen los datos, aunque ello no parece ser un obstáculo para que anuncien el fin de los tiempos y el sobrevenimiento de una nueva era con ellos en el papel protagónico.

Si no es una crisis mundial, si no es posible, por ejemplo, esperar que otros países se unan a acciones políticas inéditas, sean audaces o irresponsables, da igual, el análisis debe cambiar. Si resulta que el caso de España es demasiado único como para identificarlo con los de otros países con problemas económicos (Grecia, Chipre, Italia y Portugal vienen a cuento porque se han reinventado en el imaginario como "el sur de Europa" de modo extralógico pero que permite al menos escuchar "El sur también existe" de Benedetti y Serrat pensando que habla del parado madrileño de larga duración, que es bálsamo para el espíritu), entonces las acciones a emprender quizá deban ser totalmente distintas a las que se proponen cuando se cree, sin bases, que se tiene dominada la comprensión del problema.

Por supuesto, si el problema está mal detectado, el diagnóstico de sus orígenes puede estar muy desencaminado. La explicación estándar de la crisis económica es, precisamente, que todos los demás elementos que componen el sistema están en una decadencia acelerada e irreversible: el capitalismo, sobre todo en su versión neoliberal, la democracia, el mercado, la banca, la distribución y producción de bienes, la concepción misma de la cultura y las relaciones sociales y con el medio ambiente, como menos.

¿Y si no fuera así?

No quisiera que lo siguiente fuera tomado como una defensa del neoliberalismo, que he combatido desde antes de que la palabra se hiciera conocida en España, cuando las políticas de Reagan y Thatcher destrozaron a México en un delirio de privatizaciones, con la renuncia del estado a sus responsabilidades sociales y con la firma de un tratado de libre comercio brutalmente desequilibrado que el gobierno jamás intentó negociar de un modo menos lesivo. Una política económica que derivó en la crisis mexicana de 1994 que afectó a todo el mundo con el llamado "Efecto Tequila" y que fue un desastre de proporciones tales que junto a él la crisis europea actual palidece (sin despreciar el dolor individual que causa la crisis y que en todos los casos es igualmente importante y terrible).

En pocas semanas a partir del 20 de diciembre de 1994, la moneda mexicana se devaluó en más
de 50% y los tipos de interés alcanzaron el 140% anual, dejando sin casa a millones y con
deudas impagables a otros tantos.
Por otro lado sé que, vista con mala fe, indecencia y falta de escrúpulos, cualquier afirmación puede ser retorcida hasta convertirla en una condena (en realidad preestablecida) al que la hace, así que tampoco intentaré condescender con quienes estarán en desacuerdo con este artículo incluso antes de leerlo.

El capitalismo ha tenido numerosas crisis en las cuales, por cierto, hubo bancos que quebraron y sus ahorradores perdieron su dinero o tuvieron que ser rescatados con dinero público, algo de lo que mucha gente no parece estar consciente, creyendo que las crisis se inventaron cuando quebró Lehman Brothers.

Sólo en el siglo XIX tenemos el pánico de 1819 en los EE.UU., el pánico de 1825 en el Reino Unido, el pánico de 1837 nuevamente en EE.UU. con una depresión de 5 años; el pánico de 1847 nuevamente a cargo de los británicos, el pánico de 1857 en EE.UU., el pánico de 1866 a nivel internacional debido a la quiebra de Overend, Gurney and Company de Londres, una depresión prolongada que se inició en 1873 con otro pánico en EE.UU. y que incluyó nuevos ataques de pánico en 1884, 1890, 1893 y 1896. Esto dejó listo al mundo para el siglo XX con una recesión en 1901, otra en 1907, el desastre de Wall Street en 1929 y su consecuente depresión de diez, el desastre petrolero de 1973, crisis bancarias en el Reino Unido en 1973–1975, en Japón en 1986–2003, en Israel en 1983, el lunes negro de 1987, la crisis de las cajas de ahorros estadounidenses que ocupó las décadas de 1980 y 1990 (y costó 220 mil millones de dólares de entonces, 330 mil millones a precio de hoy), crisis en los 90 en la India, Finlandia, Suecia, México, Asia y Rusia, culminando con el "corralito" argentino en 1999.

El punto es que en todas esas crisis se predijo fallidamente el derrumbe del sistema capitalista y de mercado. De hecho, las predicciones de Marx se desprendieron de su análisis de las crisis de 1819 y 1837. Para él, el colapso del sistema era inminente.

Pero, se nos dice, hoy las cosas son distintas. Por ejemplo, la cultura, la educación y los grandes valores espirituales "se han convertido en mercancía", se ha caído en un materialismo que no es ni el filosófico ni el dialéctico, en un consumismo inédito que amerita intervención.

¿Es así? ¿Esto ocurre desde que comenzó la crisis, o desde el siglo XX; desde la revolución industrial, desde el Renacimiento o desde cuándo? ¿En qué momento podemos decir que el valor de intercambio no influía en la creación del arte, en la cultura, en la educación? ¿Podemos estar seguros de que el pintor de Altamira no obtenía beneficios materiales a cambio de su labor? ¿Podríamos decir que esa obtención de beneficios materiales es ilegítima o malévola, o la asumimos como el pago a un trabajador que tiene derecho, como todos los trabajadores, a una remuneración justa y creciente de su trabajo? ("Creciente" es un concepto importante,  para ello se hace la organización social, sindical, gremial y de barrio.)

Si resulta que las cosas fueron mercancías siempre, o durante mucho tiempo, no lo sé, pero lo parece a primera vista; si en Babilonia, como era el caso, el templo del sol era el banco y si los ciudadanos griegos y los patricios romanos vivían de prestar dinero, si pintores, compositores, actores, profesores y demás cobraban siempre por su trabajo, ¿acaso tenemos un problema de percepción de la realidad?, ¿o es que no sabemos suficiente historia (quizá nunca sabemos suficiente historia)?, ¿o es que realmente la etapa neoliberal del capitalismo (una reacción que busca arrebatar a las mayorías de concesiones que se le hicieron preventivamente porque parecían fuertes mientras que ahora parecen débiles y poco amenazantes) ha representado un cambio cualitativo en la relaciones económicas? ¿Y si queremos cambiar esto, no amerita soluciones más audaces que una especie de vuelta a un pasado bucólico inexistente, característica de todos los movimientos pastoriles, sino plantear realmente cómo se pueden superar esas tendencias que parecen dominar la historia? ¿O si no se pueden erradicar, cómo se puede administrar el estado para que no lo dominen todo sin brida ni responsabilidad social alguna? ¿Qué se hace, cómo se hace, quién lo paga y quién se beneficia?

La respuesta a estas y a muchas otras preguntas que faltan, claro, y que pueden y deberían plantear personas mucho mejor informadas, nos indicaría caminos distintos a tomar que los propuestos para enfrentar la situación y sacar de ella el mejor provecho posible para las mayorías (que es lo que quiere la izquierda, yo no sé qué quiera la "ni-derecha-ni-izquierda") e impedir que salgan beneficiadas a costa de las mayorías las peores élites, los peores empresarios, las aristocracias acostumbradas a mandar y sus siervos (que es lo que quiere la derecha, claro).

Si el diagnóstico es incorrecto, el tratamiento propuesto del problema tiene aún más probabilidades de estar equivocado. Gravemente equivocado. Y entonces respaldarlo puede ser igualmente erróneo.

¿Y si nos equivocamos?

¿Qué pasa si tampoco se hacen realidad las predicciones esta vez y entonces, como sociedad, tenemos que seguir lidiando en el futuro con el capitalismo neoliberal y los retos que plantea su regulación desde un estado representativo electo por mayoría? ¿Qué pasa si los políticos siguen siendo, independientemente de sus ideas originarias, que en general nunca parecen haber sido relevantes una vez que se tiene el poder (Napoleón era un revolucionario, no lo olvidemos), individuos situados a caballo entre la presión de unas mayorías poco poderosas económicamente pero que demandan representatividad e intervención en las decisiones basadas en su número y unas minorías poderosas económicamente pero que no tienen la fuerza del estado? ¿Cuáles serían las propuestas o formas de acción razonables en ese caso? ¿Qué se podría aprender de lo acontecido para tomar decisiones políticas que reviertan el daño y logren algo o mucho de lo que las mayorías quieren, pero en condiciones de un "no-fin-de-los-tiempos"?

Los que nos informan que el problema es generalizado y sus causas son un agotamiento de ciertos modelos -o todos- y cuál es la solución que de su mano nos llevará a un mañana dorado en que los ríos manarán leche y miel, nos regalarán dinero y todos seremos hermanos parecen demasiado seguros de sí mismos, demasiado convencidos de su aprehensión en exclusiva de la verdad, demasiado poco dispuestos a plantearse la posibilidad de estarse equivocando. Eso puede ser sumamente atractivo para quienes están desesperados porque la crisis se haya cebado en ellos especialmente, y hay muchos, y la promesa es seductora. Pero no es sano. Esa alerta de la posibilidad de error, de la falibilidad humana que tienen los científicos siempre en su trabajo (y que cuando falla provoca ridículos históricos) no parecen tenerla personas como los políticos, los politólogos y los mesías. Y son ellos los que con frecuencia conducen a las sociedades a acciones que resultan remedios peores que la enfermedad, o a abrazarse a creencias irracionales que, al desvanecerse, representan un golpe feroz a la mejor buena fe de sus seguidores sin, además, mejorar su situación en lo más mínimo.

Pasa, ha pasado. Nada garantiza que "esta vez no pasará", nada nos asegura que realmente "yo soy distinto", que finalmente nos lo han dicho todos.

Despreciar la posibilidad de estar equivocados cuando se lanza a parte de la sociedad a un proceso acelerado de "ya veremos", que pretende inaugurar el paraíso sin haber construido sus cimientos y que está preparando el funeral de un sistema que ha demostrado ser bastante resistente, podría ser un error.

Quizás haríamos bien en plantearlo, por políticamente incorrecto que sea, y exigir respuestas a preguntas que no se están haciendo.

Yo creo.
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(1)
Alguien preguntó al mulá Nasrudín:
—Nasrudín, ¿cuándo llegará el fin del mundo?
—¿Cuál fin del mundo? —contestó el maestro.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuántos fines del mundo hay?
—Dos —dijo Nasrudín—. Si muere mi mujer, ése es el fin del mundo menor. Si muero yo, es el fin del mundo mayor.

28.7.14

Drogas, drogadictos y comerciantes

Con cierta frecuencia me preguntan mi opinión sobre las drogas, tanto a nivel personal como desde el punto de vista político y social.

La versión corta es: 1. Personalmente estoy contra las drogas (incluyo el alcohol, que es una droga), no consumo más que café, no las promuevo y no me gusta estar con personas cuando están bajo su influencia. 2. Creo que a veces los consumidores se extralimitan afirmando que sus aficiones son totalmente inocuas. 3. Creo que los antidrogas se extralimitan muchísimo más pintando escenarios aterradores y falsos sobre el consumo de drogas. 4. Creo que toda persona tiene derecho a consumir drogas como parte de su libertad para hacer con su cuerpo lo que quiera (mientras no dañe directamente a quienes les rodean). 5. La prohibición no ha funcionado. Por el contrario, el precio que se ha pagado en dinero, recursos y vidas combatiendo las drogas es colosalmente mayor del que se pagaría si fueran legales, si los que las consumen pudieran tener acceso a un producto de calidad controlada, con información fiable sobre qué es y qué hace, y cómo se deja una adicción con apoyo profesional (sin moralinas). 6. Defiendo la total y absoluta despenalización del consumo para adultos responsables, el control de la producción, su integración en la economía y que aporte al tesoro público recursos que puedan servir para fomentar lo mencionado al final del punto 5.

La versión larga, abajo, incluye trozos de varias respuestas que he dado en Spring Me y en ask. Y empieza con la toma de posición personal.

Janis Joplin en junio de 1970, tres meses antes de
su muerte por sobredosis (Foto: Grossman
 Glotzer Management Corporation via
Wikimedia Commons)

Personalmente: no

Las drogas no me gustan en general. Somos nuestro cerebro, punto, y someterlo a un desequilibrio químico sin una clara idea de qué implica eso me parece bastante bobo. Es un riesgo elevado meterle mano aleatoriamente a los mecanismos bioquímicos del cerebro porque alguien nos dijo que tal sustancia es genial y "expande la conciencia" y "cambia la visión", lo cual además no es cierto.

No creo que las drogas ayuden a la creación ni le impartan talento a quien no lo tiene, no son una forma de optimizar la percepción o creación artística ni llevan a la iluminación espiritual ni son, ciertamente, una forma de rebeldía político-social ni nada por el estilo. Las drogas sirven para obtener efectos placenteros, para drogarse, y lo demás son coartadas.

Todos los borrachos actúan como borrachos, su conducta es más uniforme cuanto más borrachos están. De hecho solemos decir que en algunos casos quien actúa o quien habla "es el alcohol" y no la persona. La frase tiene su sentido. Los cerebros reaccionan exactamente igual ante el alcohol, la heroína, el opio, el THC, el alcohol, la cocaína, etc. Un profesional experimentado (un policía o un médico) puede saber con bastante certeza qué droga ha consumido alguien con sólo observarlo y hablar con él. Las drogas uniforman porque apagan nuestra personalidad individual... Apagar selectivamente partes de nuestra personalidad, capacidad de pensamiento, emocionalidad desarrollada, etc. me parece idiota, sobre todo si se hace continuamente.

Es más, con los miles de creadores que he conocido a los largo de mi vida como escritor, puedo decir que los muy talentosos que consumen drogas lo son pese a sus aficiones químicas y no, como creen algunos, debido a ellas. El que no tiene talento ya puede beber láudano a litros, comer LSD a cucharadas, fumarse porros o churros de metro cuarenta de largo, beberse un buquetanque de alcohol y meterse otros psicoactivos en el cuerpo, y su poesía, música, pintura, narrativa, escultura etc. seguirán siendo las de alguien con poco talento. Vamos, que millones de personas se drogan y beben, y generalmente se comportan como bestias de carga, no como sublimes creadores.

Keith Richards
(Foto GFDL de Kelseytracey
via Wikimedia Commons)
Esto me molesta desde la muerte de Janis Joplin, cuando menos, y de eso hace ya mucho tiempo. Porque no me gusta que gente creativa y talentosa se rinda a las drogas y deje la vida en ellas.

Ciertamente casos como los de Robert Plant o Keith Richards son hasta divertidos: se metieron todas las sustancias imaginables y, más o menos averiados, ahí están. Pero detrás de ellos tenemos, por mencionar sólo a dos de sus compañeros de bandas, a John Bonham y Brian Jones, a los que no les fue tan bien. Las muertes evitables son desagradables, sobre todo de gente que puede aportar tanto, sean Hemingway o Jimi Hendrix o Keith Moon. Y yo, como todos en mi generación, cargo con una buena cantidad de amigos y conocidos a los que he enterrado prematuramente, sobre todo víctimas del alcohol: periodistas, historiadores, lingüistas, pintores, escritores, que podrían haber hecho muchísimo más que dejarse morir por su afición.  Y he visto a muchos jóvenes brillantes convertirse en adultos apáticos (aunque simpáticos) que viven a medio gas por una adicción de décadas.

Me duele pero los respeto. También algunos de ellos son prueba, sin embargo, de que su consumo no tiene los efectos desastrosos, mortales y aterradores que anunciaban los agoreros del desastre... pero también son testigos de que no es inocua como les gusta afirmar a ellos. Lo cual no debería sorprender a nadie: toda sustancia consumida durante años causa efectos fisiológicos y cognitivos, así sean leves (según distintas drogas, pueden ser mucho peores).

Ni consumo (salvo café, que finalmente es la droga más extendida del mundo) ni recomiendo ni me gusta el consumo de drogas. Pero ésa es una posición personal que se resuelve, en mi caso, no consumiendo, manteniéndome apartado de la gente cuando están colocados o borrachos (no sé cómo manejarlos y me resultan siempre muy aburridos), y dando mi opinión.

Porque, personalmente, también creo en el derecho de todo ser humano adulto a disponer de su vida como le dé la gana. Puede meter la pata, puede emprender acciones por motivos incorrectos y es posible tratar de apoyarlo y evitar que, por ejemplo, caiga en una adicción por una depresión. Pero no se puede tratar a todos como niños. Hay gente muy valiosa, muy responsable y muy seria que simple y sencillamente consume drogas más o menos ocasionalmente sin hacerse daño ni hacérselo a nadie. La mayoría de los consumidores, me atrevo a decir, no son unos cavernarios y ciertamente no son drogadictos. Son gente común que tiene su vida, su escuela, su trabajo, su familia. Y consumen drogas. Como otros beben. Como otros tienen otras diversiones con más o menos riesgo de perjudicarse.

Desde el punto de vista ético y moral cualquier adulto tiene derecho a consumir lo que se le dé la gana mientras no afecte directamente a otros con ese consumo o al hacer ciertas cosas cuando está bajo la influencia de esa droga. Tiene derecho a beber, pero no a conducir borracho. Tiene derecho a inyectarse heroína, pero no tiene derecho a convencer a otros de que se la inyecten y menos a dársela a menores de edad. Tiene derecho a fumar toda la marihuana que quiera, pero no a operar maquinaria pesada o asumir posiciones de responsabilidad cuando está disminuido por los efectos del THC. Tiene derecho a cortarse una pierna y comérsela o a tirarse de una ventana mientras no aplaste a nadie y de preferencia dejando pagadas la limpieza de la calle y su funeral, etc.

Cultivo de amapola en Afganistán.
Lo único que me inquieta es que esta forma de diversión u ocio legítimo es su conflicto ético cuando depende de narcotraficantes. Para satisfacer su placer, los usuarios suelen cerrar los ojos al mal que provoca el narcotráfico, y esa actitud me parece poco ética. Desde mi adolescencia me pregunté cómo era posible que quienes consumen drogas consideraran que su afición era una forma de rebeldía, cuando en la mayoría de los casos es ponerse al servicio de lo peor del sistema vigente. Sí, el gobierno no quiere que te drogues, pero vamos a ver, que los que sí quieren que te drogues no son mejores que el gobierno y pueden ser infinitamente peores.

El consumo de drogas ilegales fortalece a las organizaciones ilegales que las suministran, y es por tanto parte de las otras cosas que hacen esas organizaciones ilegales, incluidos los asesinatos, la degradación de sociedades enteras, la destrucción hasta dejarlas inútiles de naciones completas como Colombia o México, donde todos sus habitantes han sufrido inmensamente por causa del narcotráfico que, con el dinero del que se fuma, aspira, esnifa, esnortea o se inyecta sus productos corrompen políticos, compran armas para matarse entre sí (llevándose a muchos inocentes de camino) y degradan a las sociedades que tienen la desgracia de ser su entorno. Sin contar los violentos que afirman tener motivos políticos o religiosos y que se financian mediante el tráfico de drogas.

Los más contradictorios son quienes protestan contra toda empresa privada afirmando que es enemiga de la ética (séalo o no) y que se comporta de modo inhumano y cruel... pero no protestan contra el narcotráfico y las grandes fortunas de delincuentes que matan, torturan y destruyen... Al contrario, consumen sus productos y se hacen corresponsables de las desgracias que ocasiona el narcotráfico en todas las sociedades, desde las productoras y comercializadoras (de nuevo Colombia y México) hasta las grandes consumidoras, como España y Estados Unidos. Y a veces ni siquiera se dan cuenta de su contradicción.

Así, a quien actualmente consume drogas recreativas ilegales, incluida la marihuana, sí le asignaría cierta responsabilidad moral y ética en cuanto a los efectos nocivos del narcotráfico y el crimen organizado. Y el enganche de jóvenes como consumidores, que es fundamental para que el narcotráfico tenga un mercado creciente. Esta responsabilidad seguirá presente mientras las drogas no sean legales y los consumidores deben asumirla y reflexionar sobre ella.

Personalmente, no le recomendaría a nadie que hiciera nada que tuviera como único objetivo impedir, obstaculizar o anular sus capacidades mentales, idiotizar, uniformar, anular la individualidad y borrar la parte civilizada de sus consumidores. Pero tampoco veo mal que alguien consuma ocasionalmente para divertirse. Cualquier diversión, pues, vista de cierto modo, puede conllevar perjuicios. Eso es asunto de cada quién.

Pero mi opinión personal no tiene por qué regular lo que los demás hacen.

El absurdo de la ilegalización

La prohición no ha funcionado para controlar el comercio y consumo de drogas.

Punto.

Las campañas de propaganda antidrogas (generalmente basadas en falsedades) tampoco han funcionado.

Punto.

Nunca ha habido escasez alguna de ninguna droga nueva o vieja en las calles de Estados Unidos, el gran promotor de la guerra contra las drogas. Es decir, que la estrategia no ha servido para nada. Nunca se ha anulado a un grupo de producción y tráfico de drogas sin que surja otro más brutal, más decidido, más poderoso (incluso en otro país). Nunca se ha logrado disminuir la cantidad de consumidores ni de adictos (que son, como decíamos, dos categorías distintas).

Si lo que se desea es disminuir el daño que las drogas causan a la sociedad y a los individuos, la única acción razonable es despenalizarlas, regularlas, dejar de lado la moralina y dejar de tratar a los adultos como si fueran niños.

Despenalización no implica los extremos que los histéricos han fantaseado en falacias de pendiente resbaladiza donde todos seremos drogadictos. No implica poner droga en máquinas expendedoras ni hacerlas de venta libre y sin legislar, como no es de venta libre el alcohol ni mil productos más que no se le venden a los niños y para los cuales se deben cumplir ciertos requisitos. Las drogas se pueden legalizar de un modo tal que se limiten los excesos, eso por descontado... lo relevante es que de pronto, de un día para otro, los narcos verían alterado su esquema de producción y abasto, y su sanguinario mercado local y su lucha por los puntos de venta.

Los ejemplos de despenalización del consumo de drogas como los llevados a cabo en Holanda y sobre todo en Portugal demuestran que lo suyo no es sino una falacia de pendiente resbaladiza no sustentada en ningún estudio serio. No, la gente no se va a convertir masivamente en adicta. No, la sociedad no se va a disolver. Al contrario.

Otro efecto de la despenalización sería la reducción inmediata de la violencia producto del comercio ilegal de drogas, al quitarle la enorme plusvalía que le da precisamente la ilegalidad como el mejor y más rentable negocio del mundo. Porque lo es.

La metanfetamina se puede producir a 300 dólares/kilo y se vende en la calle en 60.000 dólares... o más... No hay nada en el mundo, absolutamente nada, que pueda comparársele en cuanto a nivel de ganancias. Si la policía requisara el 90% de esos 60.000 dólares y sólo quedaran 600, la utilidad seguiría siendo del 100%. Es precisamente por eso que el narcotráfico tiene más dinero y poder que ninguna otra forma de organización delictiva. Y por eso se pueden dar el lujo de perder algunas toneladas de droga por aquí para meter en un país otras muchas toneladas por detrás. Y esto despierta una ambición tan enorme que matar o morir se vuelve cotidiano y normal porque sus beneficios económicos son abrumadores. Y el dinero y la violencia se traducen en poder político, como un cáncer para la sociedad en la que se desarrolla (Colombia y México, insistamos, son ejemplos lacerantes de países destrozados no sólo por el narcotráfico, sino por la lucha contra el narcotráfico, una lucha en la que los estados llevan todas las de perder).

Tirando alcohol por las alcantarillas durante la prohibición
estadounidense.
Estados Unidos debe ser uno de los países que despenalicen, no sólo porque muchos gobiernos del mundo siguen su paso casi automáticamente (cosas de ser el imperio) sino porque es reconocer que ha errado en la posición cómoda que ha mantenido desde que ilegalizó las drogas en 1932, y que es, básicamente, que otros pongan los muertos y peleen su guerra, ya sea en Colombia, en Perú o en México. La reducción súbita del flujo de ingresos obviamente moverá al crimen organizado a otros espacios delictivos, para eso no hay que ser Einstein, pero son espacios de menos dinero, de menos violencia por territorios, de menos poder y menos capacidad de infiltración.

Un momento que invita a la reflexión es la prohibición del alcohol en Estados Unidos 1919-1933. El fin de las leyes antialcohol, debida a una población cansada de la violencia, la corrupción, la inseguridad y la hipocresía que implicaba la prohibición, resolvió muchos problemas (todos creados por la propia prohibición, que a su vez resolvió muy pocos). Incluso, aunque el crimen organizado que obtuvo el gran impulso de la prohibición sigue activo hoy en día, sus niveles de violencia (sobre todo hacia los "civiles" o inocentes) bajaron brutalmente, e incluso de consumo de destilados de alcohol cayó en picado desde que se abolió la prohibición. El comportamiento de la tasa de homicidios en los EE.UU. es revelador, como lo muestra este gráfico:

La prohibición del comercio y consumo de alcohol en los Estados
Unidos duró de 1920 a 1933.

Con todos estos datos, (no con "sentido común", con "yo creo" o con afirmaciones francamente fantasiosas) la propuesta de legalización de las drogas es una posibilidad real de parar las matanzas y emprender políticas basadas en hechos y no en histerias.

El consumo de drogas (entre adultos responsables), como otras muchas actividades que corresponden al fuero interno y la libertad de cada individuo, no debería estar penado porque no causa víctimas directas (ya, la familia puede sufrir, pero también puede sufrir si el imbécil se gasta el dinero en una colección de mocos de estrellas del rock, en las carreras de caballos o en hamburguesas de triple grasa, todo lo cual no es argumento para prohibir ni el coleccionismo, ni los mocos, ni el rock, ni las carreras de caballos ni las hamburguesas). Del mismo modo que lo son el suicidio (que sí, en muchos países es "un delito") y otros de los llamados "delitos sin víctimas". En legislación penal se habla de estos delitos como penados por "el principio de ofensa", es decir, que alguien se ofende por ello (incluso dios, según avisa con sus representantes) y debe penarse, aunque nadie resulte directamente dañado como sí lo resultan en los delitos con víctima que se penan por el "principio del daño", mucho más objetivo.

La legalización también permitiría que se trabajara para que la gente tuviera información sólida, clara y constatable sobre las drogas y sus efectos, sin las exageraciones o las minimizaciones de militantes de uno u otro bando. Como en el caso de todos los demás productos, el consumidor tiene derecho a estar bien informado para tomar sus decisiones con toda libertad.

Otro detalle que hay que tener en cuenta es que la prohibición de las drogas incluye la de realizar investigación científica con ellas en la mayoría de los casos, lo que hace difícil poder averiguar con certeza y un método adecuado si algunas sustancias de algunas de ellas tienen algún valor terapéutico, o si sus efectos generales puede ser útiles (se especuló mucho sobre el potencial antipsicótico del LSD ya que provoca estados similares a los psicóticos en consumidores normales, se habla de varias aplicaciones de distintas sustancias de la mariguana (a veces con intereses no muy claros), la cocaína fue un medicamento y quizá tiene aplicaciones como las tiene la morfina, un derivado de la heroína). Ese bloqueo científico es otra expresión de la tontería y pacatería que ha significado una prohibición irracional.

Cada día que no se despenalizan las drogas hay muertos prevenibles, destrucción social prevenible, gastos enormes en una guerra imposible de ganar y problemas crecientes de coherencia.

11.7.14

¿El fin justifica los tiros?

 
Me preguntan por mi posición ante la lucha armada, que fue el procedimiento de elección de buena parte de la izquierda para alcanzar el poder durante la mayor parte de los siglos XIX y XX.
Nunca simpaticé con la lucha armada en abstracto. Aún siendo muy joven y admirando con reservas al Che Guevara o a los héroes militares inevitables del panteón mexicano como José María Morelos, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria o Pancho Villa (éstos últimos a quienes sigo admirando por ciertas acciones, pero con las mismas reservas), me resultaba claro que la violencia activa raras veces consigue sus objetivos y al final la revolución francesa deviene bonapartismo y la de octubre crea a Stalin y sus huestes de dictadorzuelos, y la Gran Marcha se derrumba en la masacre ignorante del Gran Salto Adelante y en el genocidio ideológico de la Revolución Cultural. Y la revolución mexicana nos deja con un sistema cuyas profundidades de miseria moral, desprecio al otro, abuso y ofensivo caciquismo no tiene medida ni final.

Y los que generalmente ponen los muertos, cuando alguien decide que le viene en gana hacer la revolución, son los inocentes. O los más inocentes. Desde el soldado o policía víctima del "revolucionario" en misión sagrada hasta el ciudadano demócrata y libre, víctima de la intensificación de la represión paranoica del poder. Esas vidas son una moneda que no es propiedad de nadie para usarla en el pago de sus mejores intenciones. Pagar con la vida de otros es esencialmente inmoral. Siempre me lo pareció así.

La violencia es para cuando hay que defenderse del violento. No soy pacifista radical en ese sentido, ni mucho menos católico de poner la otra mejilla. Creo que los límites que vivieron, por ejemplo, los vietnamitas en la guerra que acabó en 1975 o los países invadidos por el nazismo o la República Española bajo asedio, llevan a la obligación de defenderse porque dejarse matar tampoco es una opción razonable. Pero no creo que eso sea extrapolable a la comodidad ideológica que todo lo convierte en asunto de vida o muerte y se pone a repartir muerte.

Me tocó crecer en una época en que la revolución armada era artículo de fe de casi toda la izquierda. Sus referentes eran la URSS, China, Cuba, y luego Nicaragua (esa Nicaragua que acabó saqueada por los comandantes sandinistas, que resultaron los más voraces y los más neoliberales y los más ladrones gobernantes que padeció ese pobre país centroamericano, esa Nicaragua a cuyos líderes conocí y cuya indolencia ante la muerte me sacudió de modo memorable). Y, claro, en Guatemala había caído Arbenz porque no se recurrió a la violencia. Y, claro, Allende cayó 20 años después porque no se recurrió a la violencia. La violencia era incuestionable, salvo por algunos pocos que no nos ganábamos con eso las simpatías de los ortodoxos. Que sí, había trotskistas y estalinistas, castroleninistas y gramscianos, y se rompían los dientes a la menor oportunidad, pero estando todos de acuerdo en que la revolución se hacía a tiros y la duda era cuándo, con qué dinero y bajo la dirección de cuál vanguardia.

Yo, a los 17 años, convocaba un "Frente de deserción" en el que nos reuníamos varios que teníamos la mejor disposición de desertar de cualquier ejército, regular o irregular, que nos llamara a las armas.

El tiempo enfrió los ánimos revolucionarios. El tiempo y las acciones armadas que se llevaron a lo mejor de varias generaciones, hombres y mujeres, generalmente jóvenes, que se sacrificaron creyendo realmente que iban a hacer un mundo mejor. Entre ellos, buena parte de lo mejor de mi generación, gente noble, que creía que estaba haciendo el bien mientras hacía el mal y acababa muerta llevando en la mano un fusil financiado por la URSS o China... gente que mucha falta nos hace hoy para dar la batalla por las mejores causas.

Doroteo Arango Arámbula - Pancho Villa
Hoy en día, tanto en México como en Argentina y España, tengo muchos amigos que luchan en la izquierda mediante la vía democrática, la lucha social y el activismo político... y que condenan el terrorismo en sus versiones más recientes, en particular a ETA. Recuerdo a más de uno de ellos el día en que ETA asesinó a Miguel Blanco, con cara circunspecta y guardando silencio en una España horrorizada o, quizá, cansada ya de tantos muertos con tan poco sentido. Luego indignados con el asesinato de Isaías Carrasco a manos de los mismos miserables. Era un "ya basta, que esto no va a ningún lado".

Y sin embargo sé, porque son mis amigos, que algunos de ellos siguen teniendo la fascinación de la violencia. Que su retirada es, digamos, temporal y circunstancial, asunto contingente, no cuestión de principios. Como dirían dos caudillos del nuevo partido, "la violencia es diferente según contra quién se ejerza", con lo que todo lo pueden relativizar. Todo.

Por eso ante las FARC, por ejemplo, suelen mirar para otro lado. Y suelen darles un espacio para que hablen, y hay solidaridades claras, por pudorosas que sean...

Uno de esos amigos, queridísimo, que condenó muchas veces los asesinatos de ETA en mi presencia, llegó a mi casa en México un día de mediados de la década de 1990, acompañado de tres personas. Los llevaba porque deseaban pedirme que yo, como periodista aunque de poco peso en la opinión nacional, diera mi apoyo a su justa causa. Eran tres abogados vascos, abogados de los etarras. Más que abogados, era obvio, eran gente de ETA, parte de la organización, que compartían estrategia, táctica e ideas con los terroristas que se pensaban revolucionarios; profesionales jurídicos y políticos cuyo objetivo era facilitar la lucha armada hasta la consecución de sus logros, no sólo garantizar los derechos legales de los procesados.

Se sentaron en mis sillas, se tomaron mi café, apagaron sus cigarrillos en mis ceniceros, sonrieron mucho y me dijeron que, si yo aceptaba su apoyo, ellos me darían abundante documentación para argumentar el caso de ETA ante el público mexicano. No me ofrecieron nada, acaso se deslizó muy tenuemente la posibilidad de publicar alguna de mis novelillas en una editorial que también simpatizaba con el grupo terrorista o era parte de él, pero no puedo decir que se me ofreciera un intercambio ni un soborno, no... se invocaba mi solidaridad como hombre de izquierda, mi compromiso con un mundo mejor, mi postura combativa en la prensa mexicana, siempre que podía, contra la injusticia y las violaciones de los derechos básicos, y en favor de la libertad.

Les dije que lo pensaría y les llamaría. Los acompañé a salir. Para cuando cerré la puerta ya lo había pensado. Y lo que pensé fue que no les llamaría. Nunca. Por ahí deben estar (quizá en la biblioteca que aún tengo en México y que estoy por rematar), sus tarjetas de visita. No recuerdo sus nombres. No sé si alguno de ellos está entre los procesados de estos días. No importa.

Tengo amigos que siempre han simpatizado con la lucha armada. Algunos han hecho sentidas biografías de uno u otro líder militar o expresan su admiración sin reservas apenas tienen oportunidad. Viven grandes batallas vicariamente y sin el dolor, el olor de la muerte ni la desesperación del que siente que se le va la vida. Es la épica cinematográfica que supone que cuando cierran el libro, como cuando el director dice "corte", los caídos se levantarán y seguirán su vida porque el dolor leído es abstracción sin sensación. Romanticismo irresponsable.

Varios amigos, conocidos y colegas que han sido parte de mi experiencia vital son personas que tomaron las armas en su momento, en México y en Argentina. No son malas personas, no sé si se cobraron vidas, pero los he escuchado justificando sus acciones. No puedo compartir su posición. (Excluyo, por lo ya dicho, a los que las tomaron defensivamente en la Guerra Civil Española y a quienes los apoyaron, a los maquis franceses y a los resistentes holandeses cuyas manos he tenido, ahí sí, el gusto y el honor de estrechar. Y excluyo a amigos míos que, como jóvenes estadounidenses, se hicieron veteranos de Vietnam, enviados casi de niños a una guerra absurda que sobrevivieron pagando precios elevadísimos.)

Tengo amigos que nunca han tirado una piedra pero que hablan con cariño de alguna acción violenta de tal cura, de tal médico, de tal anarquista, de tal comando, de tal camarada y de tal o cual organización que atacaron con éxito al enemigo. Al otro extremo conocí en persona a los dos, por entonces ya casi ancianos, principales sospechosos del asesinato de Robert Sheldon Harte, el secretario y guardaespaldas de Trotsky que fue secuestrado y ejecutado después del atentado caótico y fallido que organizó el pintor David Alfaro Siqueiros en México contra el líder soviético, con el apoyo de muchos conspiradores estalinistas... a varios de los cuales también conocí cercanamente sin proponérmelo. Más de uno veía con simpatía también a Mario Ramón Mercader Del Río, el asesino de Trotsky en el segundo atentado.

El piolet con el que Mercader asesinó a Trotsky, en una exposición en Filadelfia. (Imagen CC de Jack Donaghy, via Wikimedia Commons)
Por todo esto sé que simpatizar con la lucha armada o con la violencia no implica como requisito gritar "Gora ETA", no. Y menos en los tiempos que corren, cuando cualquiera que no haya vivido en una cueva los últimos 50 años sabe que un "Gora ETA" es un suicidio político salvo en ciertos entornos muy bien acotados y lejos de miradas indiscretas. Es un asentimiento de comprensión pudorosa.

Claro que la izquierda que soñó con llegar al poder por la vía de la fuerza hoy rechaza el terrorismo, y no tiene problemas en condenarlo. Lo que a mí me preocupa son los -muchos- que dicen "pero". El terrorismo es malvado, pero... La lucha democrática es el mejor camino pero... Las armas no son el camino aquí y ahora pero... Condenamos la violencia armada pero... Los que dicen lo que hoy es políticamente correcto, convencidos o no, nadie sabe, con toda la contundencia que se les pueda pedir, sin duda... pero dejando la puerta emparejada, por si acaso cambian las condiciones y vuelve a resultarles aceptable moralmente asumir la lucha armada y aspirar a ganarse un lugar en las camisetas del mañana...

Prefiero a los arrepentidos de verdad. Incluso a los que nunca se arrepintieron y creen que el error no es usar la violencia, sino perder.

Los otros, los hipócritas y los pacifistas de ocasión no son de mi equipo. Los que dicen una cosa y la otra según la compañía, según el cálculo político, según la conveniencia, siempre me dejan la idea de estar simplemente al acecho... como el ladrón arrepentido que por mucho que afirme su cambio y se muestre reinsertado socialmente, yo no dejaría a solas al alcance del patrimonio familiar.

10.7.14

Puédalo usted mismo

La política, dicen algunos, es el arte de lo posible. Otros dicen que ni de broma, que la política es el arte de agarrar el poder y no soltarlo hasta que nuestra mano exánime afloje al momento de nuestra muerte. Otros, más modernos, se están creando una práctica política producto del Ikea de las ideas. Y, por supuesto, algo como Ikea es para todos los que quieran chuparse dos kilómetros de pasillos para encontrar el mismo librero que le han vendido a todo el mundo. Si otras personas lo consiguen, usted también puede tener su propio grupo político de vibrante actualidad. Y para ello le bastan unos sencillos ingredientes ya empaquetados y listos para su montaje, algo que hasta un niño podría hacer.  Esta proeza menor de bricolaje político está a su alcance.

Debe reunir primero sus herramientas. 1. Saliva, mucha. Piense en limones. Piense en limones con sal. Piense en una ensalada con vinagre suficiente como para marchitar rosas a seis pasos. 2. Unas cuerdas vocales a prueba de ácido sulfúrico. Prepárese cantando metal sinfónico a volumen máximo unos meses, cuando menos, salvo que lleve más de 20 años dando mitines cada tres días. 3. Un rostro de cuando menos clasificación 9 en la escala de dureza de Mohs (10 es el diamante) aunque si se fija bien, los maestros del hágalo usted mismo tienen cara como para tallar diamante, es decir, del 11 para arriba. 4. Dos amigos que le ayuden, uno para comenzar los aplausos animando a las masas y otro para poner quietos a los revoltosos. 5. Un micrófono. Aunque los profesionales pueden montar este mueble sin micrófono, porque alcanzan con la voz desnuda más decibelios que una Harley Davidson desbocada, no se confíe. Micrófono y un técnico de sonido al cual pedirle que suba y suba el volumen hasta que suene ese pitido molesto que indica que los enemigos del pueblo lo están saboteando porque le tienen miedo a su modesto, humilde y sencillo liderazgo internacional de estadista que marca la historia. 6. El dedo.

Con sus herramientas listas, puede comenzar.

Cabrearse es impactante. El propio Leo Buscaglia, que hablaba
de amor y bondad, podía ser acojonante con el gesto adecuado.
Practique, practique, practique.
Primero, tome usted todos los agravios que el poder político, religioso y económico de todos los tiempos haya cometido en contra de la población más bien indefensa cuando no indefendida, y denúncielos como si usted los hubiera descubierto ayer después de desayunar y nadie más se hubiera dado cuenta, vamos grite que ha descubierto el agua tibia, el mediterráneo, el hilo negro y una cosa plateada misteriosa que se ve en la noche y a la que usted, en su genialidad, ha bautizado como "Luna". Tenga cuidado con los matices: no quiere ni uno en su mueble. Todo es negro salvo usted, que es la luz del pueblo.

Por ejemplo, puede denunciar el descuido del patrimonio arquitectónico, la brutal conquista de América, la ley Gallardón, los crímenes cometidos por la república francesa contra la comuna de París (no se preocupe si en el siguiente párrafo se declara republicano, nadie se va a dar cuenta), las preferentes, la pederastia de los curas católicos, el saqueo de Persépolis a cargo de las tropas de Alejandro Magno, el calentamiento global, Eurovegas, la privatización de la sanidad española, las torturas del pinochetismo, Disneyland, el hambre en África, el reggaeton, la inequidad fiscal, la deuda externa, el tráfico de armas, los trabajadores malpagados del Tercer Mundo, las limitaciones al aborto libre, la deuda interna, los porrazos de la policía a manifestantes pacíficos o ciudadanos que pasaban por ahí y les han dado cera por si acaso simpatizaran con algún rojeras, la esclavitud en Estados Unidos, la monarquía española, la ocupación de los territorios palestinos, los terratenientes, Monsanto, el sistema D'Hondt, la democracia representativa, la homofobia, Ángela Merkel, la inquisición, la democracia directa, el sistema de partidos (aunque usted esté armando el suyo, tampoco se van a dar cuenta), la represión del alzamiento de Espartaco, los problemas del medio ambiente, los abusos a inmigrantes, la derrota de Brasil ante Alemania, los libros de Paulo Coelho, Hiroshima, el franquismo, el aceite de colza, la publicidad engañosa, la riqueza ofensiva, la miseria más ofensiva aún, el alto precio de la electricidad, Paco Marhuenda y Alfonso Rojo, la usura, la guerra de Vietnam, la pena de muerte, Dolores de Cospedal, la cruzada contra los albigenses, la Coca-Cola, las pensiones de los políticos, los sueldos de los políticos, las corbatas de los políticos, las lluvias que destruyen cosechas, las sequías, la violencia de género, las orejas del Príncipe Carlos, la reducción en las pensiones, Telecinco, la adulteración de bebidas en los locales nocturnos, la demolición de la educación pública, la discriminación contra los gitanos, el toro de La Vega, la troika, la guerra de Irak, la cacería furtiva de rinocerontes, la connivencia del poder judicial con el legislativo y, literalmente, miles, decenas de miles de otros temas (aunque recomendamos centrarse en un par de docenas, sobre todo para que se los aprenda bien de memoria).

Demóstenes no pasó a la historia (y a mejor vida)
por ciencia infusa. Practicaba y practicaba.
¿Por qué hacer esta lista?

Porque la enorme mayoría de los seres bienpensantes y biensintientes de este país y este mundo estarán de acuerdo con usted en que tales cosas no deberían pasar, y que la injusticia debe ser combatida, que el dolor debe paliarse, que los derechos deben garantizarse y que es de gente decente oponerse a todo lo malo.

Es decir, de modo sencillísimo usted se gana la simpatía y la complicidad de la mayoría de quienes le escuchan, porque les gusta ver que alguien que habla tan bonito comparta su indignación. Su público concluirá que usted está con ellos, por supuesto, que le duele lo que nos duele a todos, que le indigna lo que nos indigna a todos (menos a alguno muy hijoputa), que usted es uno más de la peña de amiguetes, compañero de penurias (independientemente de sus sueldos, dato que usted se guarda pudorosamente), colega, amigo, compinche y cófrade.

Dado el primer paso, lo que sigue es, claro, demostrar que usted puede acabar con todo eso si tan sólo le dan su voto. Pregunte: ¿por qué seguimos así? y, sin dejar que nadie más responda, responda usted: Porque a la gente la manipulan y la hacen vivir con miedo, pero usted ni los quiere manipular ni les tiene miedo (convicción, dígalo con convicción y a gritos, de ser posible), sino darles el poder (eso mola cantidad, nadie le dirá "no, no quiero").

Siempre sorpréndalos diciéndoles para dónde queda el futuro.
El dedo señala, puntualiza, entra y profundiza. Y rasca, que no es poco.
Pregunte, ¿y qué hay que hacer? Y responda antes de que se le adelanten: pues hay que cambiar las cosas, hay que ser valerosos y aprovechar la oportunidad para emprender, todos juntos y unidos contra el enemigo, como una sola voluntad, un puño decidido, la necesaria, impostergable y en realidad urgente transformación de los mecanismos del poder, del sistema de la economía... llevar a cabo una renovación que tenga en cuenta los deseos, anhelos legítimos, bienestar y sueños de las mayorías, de ellos, los que le escuchan, de la gente, de nosotros, de las víctimas, de nuestro sagrado derecho a decidir. Subraye: es el momento de decir basta y cambiar de rumbo, por las buenas o por las menos buenas, reorientar los esfuerzos del gobierno, finalmente recuperado para sus anhelos por ustedes que somos nosotros, con el altísimo fin de servir a los intereses de todos y no a los de una minoría elitista, malévola y abusiva, casta inmunda de parásitos. Y para ello implantaremos un código ético con precisas líneas rojas que no se pueden traspasar, donde el pueblo sea el que decide sin ingerencias de advenedizos. Dígales, enfáticamente: es el momento de exhibir la audacia necesaria, la alegría, la decisión y la disposición a darle un vuelco a la historia y rebootear el sistema, reinventar la toma de decisiones, ser imaginativos en la forma de gobierno, quijotescos en las decisiones, realmente democráticos, realmente representativos, artífices de nuestro destino compartido porque somos mayoría, mayoría de las más mayores y mayoritarias, con un nuevo proyecto de país. Y eso es clave, así que desgañítese un poco: un proyecto de país sólido, integral, bien diseñado, completo y generoso, un gran proyecto para un gran país en el que caben todos, sobre todo aquéllos que han sido marginados por el oprobioso sistema, con un gobierno de ideas, sobre todo de ideas. Porque nosotros tenemos un proyecto distinto del de ellos, los que van a la guillotina (metafóricamente, claro, al menos de momento). Dígales, con toda pasión, que es el momento de que ellos, pueblo sobre pueblo y pueblo pobladísimo, tomen en sus manos las riendas de su propio futuro, para darle forma con entusiasmo al país en el que habrán de vivir sus hijos y sus nietos, en una realidad más luminosa que la que nos deparan los que hoy nos pisan el cuello, los infames a los que debemos derrotar cuanto antes, los caínes, los judas, los atilas opresores, laputacasta. ¡Y los únicos que podemos salvar a la patria somos nosotros, y la vamos a salvar porque confiamos en el pueblo y no le tenemos miedo!

El dedo, recuerde. El dedo. Usted tiene diez, pero uno es fundamental.
Si es usted lo bastante contundente, el aplauso sobrevendrá como una cascada refrescante, munífica y nutrida que se la ponga dura como el basalto. Y de paso casi nadie (algún amargueta habrá, pero ¿quién les hace caso?) se dará cuenta de que usted no ha dicho prácticamente nada. Vamos, ha dicho que hay muchas cosas que están mal y hay que cambiarlas para que todos estemos mejor, especialmente los que están peor, conclusión que tampoco requiere un doctorado en mecánica cuántica ni una visión de estado inédita. Pero la encendida llama de su discurso de inauguración vibrante del futuro debe dejar a todos tan deslumbrados que no se den cuenta de que usted no ha ni rozado la parte difícil del tema, que sería cómo se hace todo eso, quién lo paga, cómo se consensúa, a quiénes se piensa llevar entre las patas, qué hacemos con los que opinan distinto y cómo es que usted es tan genial que a nadie se le había ocurrido que la felicidad se puede decretar a las nueve de la mañana y a las diez ya estamos en la hamaca colectiva, disfrutando la brisa colectiva con un mojito colectivo en las cansadas manos colectivas.

En el "cómo" ni se meta. Si no, en vez de poder, naufragará. porque la realidad es el enemigo número uno para este ejercicio de do it yourself.

"El demagogo", del despiadado muralista mexicano
José Clemente Orozco.
Lo que debe evitar ante todo es a los que le pueden decir algo mucho peor que "neoliberal", "fascista", "casta", "ppsoe" y hasta "agente a sueldo del imperialismo", los que le podrían llamar "demagogo". Sobre todo si esos agentes del averno saben que la demagogia es el empleo de un encendido discurso para apelar a las pasiones, prejuicios y emociones de la gente para movilizarla políticamente y hacerla actua en lugar de acudir al argumento racional, a la invitación a la reflexión. Emociones, pasiones y prejuicios pueden ser manipulados por cualquiera, neoliberal, fascista, comunista, anarquista, monárquico, falangista, maoísta línea de masas, trotskista reciclado, hippie, orador motivacional, gurú, neoconservador arisco o rapero con dientes de oro. Y está claro que la demagogia funciona, por eso la usamos, pero los que hacen preguntas incómodas quieren que la gente reflexione así, por libre, sin dirección, sin previo condicionamiento al estilo que usted prefiere que es de "piensa libremente, piensa por ti mismo y piensa esto que te estoy diciendo, que es bonito, fresco, fácil y te llevará al edén sin dolor".

A ésos no los quiere. Cuando la gente piensa lo que quiere, cuando cuestiona no sólo a los opresores, sino a los proyectos de salvadores salidos de debajo de una piedra, autoproclamados, autoelegidos, tan autoexaltados como Napoleón cuando se plantó a sí mismo la corona que lo convertía en emperador (él, tan republicano, tan defensor de la revolución francesa en Toulon, tan amigo de escribir panfletos revolucionarios y publicar periódicos populares antes de descubrir que él era la solución de Francia), es peligrosa. Cuando la rebeldía le exige cuentas también a la rebeldía y cuando la reflexión es barrera que impide que la exaltación sea el arma del orador encendido, las masas son difíciles de controlar, de gobernar, de dirigir, de llevar por el buen camino.

No le deje ni un resquicio a los preguntones, a los cuestionadores, a los que le pueden llamar demagogo.

Y, pese a que ganas no le faltarán, no les rompa las piernas, al menos no en público... o al menos mientras no tenga el poder. Ya después... veremos...

5.7.14

Historias de ceguera voluntaria

Mítica fotografía de Josef Koudelka "Tropas invasoras del Pacto de Varsovia frente
a la sede de la radio" Tomada en agosto de 1968, cuando los tanques soviéticos
pusieron fin al experimento de un socialismo democrático, libertario y
popular en Checoslovaquia conocido como "La primavera de Praga" (¿alguien
pensó que la "primavera árabe" era un nombre original?). La foto señala,
en el reloj del fotógrafo, el momento de la llegada de los invasores al centro de Praga.
Una de las cosas que tiene el haber acumulado muchos años es gozar de la ventaja de la memoria. Cuando escucho hoy la defensa que muchos militantes de cierta izquierda hacen de toda buena fe de gobiernos como el venezolano, del Partido Podemos o del caudillo de la semana, la memoria pide la palabra.

Primero que nada: los entiendo perfectamente; su entusiasmo, su disposición casi suplicante de ser seducidos por una retórica luminosa que prometa libertad, justicia, bienestar para los oprimidos, escuelas, hospitales, seguridad... el paraíso sin dolor. Escuchan por primera vez hablar de lo que les apasiona y por tanto elevan a quien habla a la calidad de líder más necesario que el agua. Y, por tanto, a cualquiera que ponga en duda al líder o a alguna de sus consignas se convierte en el enemigo.

Hace muchos años, con la misma buena fe, otros que soñaban también con un mundo mejor, se indignaban exactamente igual ante críticas a los regímenes que creían (ingenua, ingenuísimamente) que defendían lo mismo que ellos. La invasión a Checoslovaquia de 1968 era aplaudible. Los gulags eran un invento del imperialismo. Los campos de la muerte de los Khmeres Rojos de Pol Pot eran propaganda de los medios occidentales vendidos. Ceaucescu o Jaruzelski o Enver Hoxa eran víctimas de la desinformación de occidente. La genocida Revolución Cultural china, la genocida colectivización forzada del campo soviético, el Gran Hermano personificado en los CDR cubanos, las barbaridades megalomaniacas de Kim Il-sung (y luego de su hijo Kim Jong-il, como hoy de su nieto Kim Jong-un, socialismo monárquico), todo, absolutamente todo se reducía a "el miedo que el imperialismo tiene a los pueblos en marcha hacia su liberación" y otras frases de elevado impacto y relación escasa con la realidad.

Pero eran hechos dolorosamente reales, los aprovechara o no la propaganda de una guerra fría en la que todos sabíamos, hasta 1990, que cada día podía ser el último, el del holocausto nuclear decisivo.

Al paso de los años, uno, joven de izquierda convirtiéndose en hombre de izquierda, empezaba a dudar de que todos los que levantaban la voz de alarma sobre los horrores en el paraíso presuntamente comunista estuvieran mintiendo, que "el enemigo" tuviera la capacidad exquisita y absoluta de controlar cuanto decían tantos. Y se preguntaba si realmente así era el paraíso de los trabajadores, el cielo por asalto, el arranque del futuro venturoso de las masas, el summum del gobierno de las mayorías desposeídas sobre las minorías poderosas.

No había en esa izquierda, de tan buena fe, insisto,  ni el intento por demostrar que los hechos no lo eran, que los datos eran imprecisos, que la información no representaba la vida cotidiana de tantos. La razón tenía prohibida la entrada. El silogismo era sencillo: "La derecha odia a la izquierda, tú criticas a la izquierda y le das armas a la derecha, ergo tú eres de derecha, su representante o siervo". ¿Que es un razonamiento lamentable? Sí, pero intentar explicarlo en asamblea era garantía para recibir desprecio, invitaciones al silencio o la ocasional paliza de los guardianes de las esencias.

Pero estaban las personas de esas mismas sociedades míticas, los ciudadanos, los libertarios de izquierda, garantistas y progresistas, defensores de los derechos de todos, periodistas honrados, trabajadores indignados, que se arriesgaban a ser denunciados como siervos del enemigo por atreverse a decir que allá se sufría y, con frecuencia, para vergüenza de todos, se sufría más que en las sociedades en las que vivíamos, tan patentemente injustas y tan claramente sufrientes. Que con demasiada frecuencia había menos libertad de la que teníamos en los países donde luchábamos por más libertades. Resultaba, asombrosamente, que era peor para la mayoría, vivir en los países donde, decían, gobernaban los "nuestros" que en algunos de los países donde el poder lo detentaba el adversario ideológico...  ¿Era eso una vindicación de la derecha, una demostración de que los sistemas injustos son mejores? ¿O era, simplemente, una condena brutal a la simulación que se cometía en nombre de ideales que se traicionaban?

Con toda buena fe, los estudiantes chinos del Movimiento por la democracia del 89 levantaron
la imagen de la diosa de la democracia en Tiananmen. Pocos días después el movimiento
era sofocado cuando el Ejército de Liberación del Pueblo chino abrió fuego contra
los manifestantes acampados, dejando entre 150 y 2500 muertos.
La burda estatua de escayola fue demolida.
Uno conoció los hechos. Le dio la mano a Fidel Castro no de buen grado, conoció a las personas comunes que no eran agentes pagados de la derecha, enfrentó el hecho de que la realidad no se parecía al sueño. La caída de la Unión Soviética hizo imposible negar las atrocidades, las masacres, la tiranía, la aristocracia depredadora, el desprecio al pueblo, la represión, el miedo, el esquema donde el Partido era el patrón, el explotador sin contrapeso alguno. Los ciegos voluntarios bajaron la cabeza y miraron para otro lado sin pedir disculpas por un encubrimiento que en vez de servir a los mejores ideales los había malversado en perjuicio de las mayorías. De las mayorías.

Nada de eso hacía mejores las injusticias de este lado. No justificaba la pobreza, la inequidad, la ley para el que puede pagarla, las libertades escasas, el hambre, las escuelas pocas y malas, las medicinas inalcanzables... Precisamente por eso, condenar los crímenes cometidos en nombre de la izquierda no era ser enemigo de la izquierda. Al contrario, esa condena era una obligación moral para defender los mejores ideales de la izquierda.

Mientras en nuestro "aquí" se buscaban mejores condiciones de trabajo, medios de comunicación independientes, un sistema legal fiable y justo, una educación científica, crítica y cuestionadora; la libertad de ser, estar y pensar; el derecho a disentir sin temer al represor, el fin de los torturadores... en el mítico "allá" era imposible siquiera luchar por los mismos ideales.

El esquema se repite hoy con algunos gobiernos presuntamente (muy presuntamente) de izquierda. Gobiernos que reeditan el caudillismo más lamentable y la demagogia más cansina, pero consiguiendo que algunos, especialmente fuera de América Latina, crean que es su peculiar "ahora sí", al que creen tener derecho por sólo ser, y por tanto rechacen en arco reflejo la denuncia de los errores, esa denuncia que debería ser una de las más altas misiones de la izquierda.

Pero hoy como hace 30 años, quien denuncia es sometido al mismo tratamiento por los ciegos voluntarios, los apasionados sin mayores matices ni reflexiones, y para los que el disidente, el crítico, el cuestionador, no puede ser honesto, es impensable, es imposible... quien no esté de acuerdo con "nosotros" debe ser considerado enemigo del pueblo, golpista, fascista, guarimbero, contrarrrevolucionario, imperialista, neoliberal... y punto.

En España, cercanos amigos y beneficiarios de esos gobiernos y de la teocracia iraní misógina, homófoba y con proyectos genocidas son objeto de la misma defensa irreflexiva. Son unos pocos que pretenden ocupar todo el espacio del debate político. Si San Cipriano estableció la preeminencia de la iglesia diciendo "extra Ecclesiam nulla salus", "fuera de la iglesia no hay salvación", ellos vienen a informar "la izquierda soy yo y fuera de mis membretes no hay izquierda, sólo presas legítimas de todo odio y desprecio". Y sus seguidores, entusiastas, de innegable e indudable buena fe, de nobleza sin sombra de duda, se ponen entre el astuto caudillo y la crítica, esperando así merecer la solución mágica a sus problemas, que el caudillo haga realidad la spanishrevolution que ese mismo caudillo y su entorno les prometieron primero haciéndoles creer que eran protagonistas para luego reducirlos a seguidores.

Seguidores que de nuevo eligen la ceguera, temerosos de que la crítica y la autocrítica "le den armas al enemigo", dispuestos a aceptar un acuerdo de mínimos morales que establezca lo bueno y lo malo de manera clarísima y tranquilizadora, donde lo bueno es, claro, el caudillo y su entourage, y lo malo es todo lo demás. Pensar, nada.

Y la memoria cuenta que en un futuro vendrán a enterarse de que el enemigo estaba dentro, no fuera, y que la única forma de vencerlo es, precisamente, la crítica abierta y plural, no el culto súbito a la personalidad cuyo único legado son ridículas estatuas de tantos tiranos que también inauguraron la escalera al cielo... que no fue a ninguna parte.

Cuestionar es un deber moral. La ceguera voluntaria no es un lujo que debiéramos permitirnos. Como sociedad. Como individuos. Como personas dignas.

Yo creo.