21.2.16

La fácil oposición

Actualización el 22 de febrero: Casualmente alguien citó algún estudio de uno de los teóricos de Podemos, Íñigo Errejón, que me pareció interesante. Conseguí el PDF de "Estados en transición: nuevas correlaciones de fuerzas y la construcción de irreversibilidad", ponencia que presentó en un seminario en Ecuador hace un par de años y que precisamente va en contra de lo que aquí planteo. Como allá dijo lo que nunca diría en España y en público, y como tiene que ver con esta entrada y con los desmanes de su gente en la tarea de gobierno, copio: "... la construcción de un pueblo requiere siempre la construcción de un “afuera”, de algo que no es el pueblo, de un “anti-pueblo”. Y en la gestión del anti-pueblo, uno tiene que tender a reconciliar al conjunto de la comunidad política pero a la vez un gobierno popular no puede disolver el antagonismo, no puede “gobernar para todos”. Es más, no puede dar siquiera la imagen de que gobierna para todos porque eso sería tanto como disolver la identidad popular que lo ha hecho mayoritario."
Gráfico de Gapminder mostrando la expectativa de vida comparada con los ingresos por persona. Este sitio y su creador, Hans Rosling, utilizan datos para darnos una visión más fiable de la realidad social, económica y de salud del mundo, información útil para cambiarlo.
No estoy de acuerdo con que haya gente sin hogar. No estoy de acuerdo con que haya niños sin una alimentación adecuada. No estoy de acuerdo en que haya gente en el paro. No estoy de acuerdo en que algunas personas pierdan su vivienda por impago de alquiler o de hipoteca. No estoy de acuerdo con que baje la calidad del sistema sanitario. No estoy de acuerdo con la guerra. No estoy de acuerdo con que los trabajadores no reciban salarios suficientes, ni que carezcan de un ambiente de trabajo seguro, sano, cuidado y respetuoso. No estoy de acuerdo con... bueno, es la idea.

¿Usted sí?

Quiero pensar que quien esté de acuerdo con que ocurra todo esto es una minoría, incluso en la derecha (al menos la que no depende de su más obsecuente visceralidad).

Oponerse a lo malo es fácil. Es más, es sencillísimo. No requiere demasiado esfuerzo intelectual ni hacerse cuestionamientos morales demasiado complejos. Es directo, en blanco y negro y lo deja a uno sintiéndose como un campeón de la justicia social.

Esta oposición obvia sin embargo dos asuntos fundamentales que deben venir después de la lamentación sobre el estado de las cosas: entender las causas de estos hechos perjudiciales y encontrar formas de resolverlos, de eliminarlos de nuestra sociedad. Y allí es donde solemos tropezar con la enormidad, la verdadera enormidad de algunos problemas, causalidades múltiples, responsabilidades compartidas, a veces errores de diseño en el sistema, a veces mala fe a carretadas, a veces el maldito azar y siempre, siempre, la imposibilidad de generalizar. No es igual, pongamos por ejemplo, quien no puede alimentar a sus hijos porque tiene un salario infame a manos de un empleador voraz que aprovecha que el empleo que ofrece es la última esperanza de un trabajador en una sociedad con un asfixiante 25% de desempleo, y quien no los alimenta porque aunque obtiene enormes ganancias de la venta de drogas, se las gasta en drogas para sí mismo, en timbas de póker y en borracheras. Ya sé que es un extremo, pero entre ambos extremos hay una gama enorme de matices, aplicables a todos los problemas, como los enumerados al principio de esta nota.

Uno, que ha vivido en la oposición, sabe que su posición es, en una u otra medida, extrema. Yo, pongo un ejemplo, deseo que las religiones organizadas desaparezcan, que el estado no financie a las iglesias y sus fiestas, que los medios de comunicación no emitan saraos religiosos y que la separación iglesia-estado no sea una meta, sino sólo el punto de partida del combate final de la razón contra la superstición. Al final, desearía que la religión fuera una memoria de la infancia intelectual de la humanidad y que las iglesias se convirtieran en museos y en bibliotecas.

Iglesia dominica de Maastricht convertida en librería. (Imagen CC de Bert Kaufmann, via Wikimedia Commons)
Sin embargo, si yo llegara a ejercer algún poder político (esperemos que nunca ocurra tal desgracia), y lo obtuviera por la vía democrática, claro, tendría que moderar mis posiciones personales con la responsabilidad de gobernar para todos, incluidos los que están en desacuerdo conmigo y con mis sólidas y bien fundamentadas ideas. Incluso si mi programa de gobierno incluyera esa separación iglesia-estado tajante y decisiva, e incluso si obtuviera la mayoría absoluta, un 65% del voto, estaría obligado a entender que ese 65% de los votantes puede no estar totalmente de acuerdo con todo mi programa, sino que me han votado por el conjunto de propuestas y compromisos que asumo. Es decir, que aún en esas condiciones no estaría yo legitimado para ser el líder de la dictadura de las mayorías y cerrar iglesias para convertirlas en bibliotecas con un sonoro encadenamiento de dictados de un "¡Exprópiese!" evocador de Hugo Chávez en sus peores momentos.

¿Por qué? Porque sería mi obligación tener en cuenta a los creyentes, a quienes usan esas iglesias, a quienes apoyan su existencia por más que me moleste, a quienes están en desacuerdo conmigo y tienen, qué cosas, derechos y libertades que debo respetar.

Puedo, sí, por poner otro ejemplo y si consigo el presupuesto necesario, incrementar la educación sobre religión a fin de conseguir que el número de creyentes descienda o que los propios creyentes acepten que es mejor usar las iglesias como bibliotecas y circunscribir los actos de culto al espacio privado en el que más cómodos están.

Yo administrando la política de relación con las religiones y las iglesias en un gobierno democrático, por supuesto, sería un desastre. Enfrentaría al episcopado y su poder, facilitando que me echaran encima a sus huestes de incondicionales como Hazteoir lo hizo con Rodríguez Zapatero; denunciaría a los islamistas radicales, me negaría a que el Papa pusiera un pie en España, cancelaría los conciertos educativos con la iglesia, impondría no sólo el IBI, sino impuestos especiales a las fabulosas riquezas que la iglesia tiene dentro de sus inmuebles... haría muchas cosas que provocarían muchos problemas y resolverían pocos, aún si me circunscribiera al marco legal. También dentro de ese marco legal haría lo posible por que los curas pederastas respondieran ante la ley, impidiendo que los ocultaran sus compañeros de profesión, y aplicaría igualmente la ley con quien cometiera violencia de género, sin importarme para ello que tanto el agresor como la agredida fueran musulmanes y estuvieran de acuerdo en que el Profeta dijo que él le podía zumbar a ella. Pero todo ello, claro, lo tendría que hacer con arreglo a las leyes vigentes y, en todo caso, luchar por cambiar las leyes cuando son repugnantes, a fin de tener un marco legal más avanzado.

Mientras, provocaría un lío de proporciones.

Esto es enormemente aburrido. Es lento. Es tortuoso. Implica negociar con fuerzas diversas... implica tener en consideración a quien yo estoy seguro de que se equivoca, hombre ya. ¡Qué distinto es del sueño de tomar el cielo por asalto y decretar la felicidad de las masas agradecidas, de acabar con el mal, de cambiarlo todo, de gobernar por edicto, de prohibir y disponer como Iván el Terrible! Además de que esa revolución absoluta sin duda lograría que nos erigieran algunas estatuas que nos dejarán muy orondos por esa extraña idea humana de que el mejor homenaje a nuestros ciudadanos distinguidos es convertirlos en cagaderos de palomas.

Eso es lo que están descubriendo los profesionales de la oposición sin neuronas que han llegado a disfrutar algún poder en algunos ayuntamientos españoles por obra y gracia de la demagogia. El baño de realidad que se están dando es espectacular y lo resienten los asaltantes del cielo pero más lo resienten quienes les votaron porque sinceramente creyeron que los iluminados iban a arreglarlo todo con la varita mágica. Porque los problemas, según ellos, no eran complejos ni multifactoriales... eran todos asunto de voluntad política, la culpa era sencilla de atribuir: son ellos... los quitas a ellos, me pones a mí, y te mandaré un cheque de mil euros a tu casa todos los meses porque eres guapo. Y los pusieron al frente de las instituciones y ahora resulta que siempre no, que esperen, que esto no era tan simple como parecía...
Nota de El Mundo, 20 de febrero de 2016
Los trabajadores quieren demasiado, descubre Ada Colau, que además de repente entiende lo que nunca entendió cuando dirigía a las masas enfervorecidas hacia la tierra prometida del colauismo: que hay "limitaciones presupuestales". ¡Qué sorpresa! ¡No existen vastas cavernas llenas de oro que los malditos de la casta guardaban para sí, despilfarrándolo en odaliscas y mancebos y vino denominación de origen mientras el pueblo clamaba por pan a sus puertas! ¡No hay la discrecionalidad que se exigía que ejercieran los odiados de la casta para resolver los problemas prohibiendo acá y ordenando allá! El espacio de maniobra del poder político está acotadísimo por leyes y reglamentos y protocolos y exigencias insalvables en el ejercicio fiscal, en el cobro de impuestos y en su aplicación y casi todo el dinero que entra ya tiene destino, con él se pagan servicios, bienes, trabajadores, todo el aparato de administración.

Y aún cuando detienes el gasto superfluo y las irregularidades que cometían los que estaban antes, lo que sobra no es precisamente cantidad suficiente para resolver los problemas de una enorme ciudad. 2 millones de euros será -es- una fortuna para un ciudadano de a pie (reconvertido en pillo en Audi merced a su deshonestidad) pero cuando tu presupuesto ya comprometido es de 2.550.600.000€ (sí, más de dos mil quinientos millones de euros, que es el presupuesto de Barcelona para 2015), dos millones no te dan ni para limpiarte los mocos... menos aún para darle a todos los trabajadores de la ciudad, o del propio ayuntamiento, una remuneración de dos salarios mínimos al mes.
Nota de Europa Press del 18 de febrero de 2016.
El entorno de Manuela Carmena (víctima si las hay) descubre también que no es igual tomar una capilla o mearse a media calle descojonada de la risa como performance que imponerle las mismas historias a toda una ciudad que, cierto, quiere cambios, pero no forzosamente todos los cambios con los que sueñan los alrededores de la alcaldesa, que finalmente sólo conocen la realidad a través del lente teórico de cinco autores apreciadísimos en la facu y que si los lees y repites, sacas notable. Que los títeres y el madrenuestra y los coños por las paredes que son tan rechupiguay como suma contestataria en espacios minoritarios no eran exactamente lo que "la gente" quería. Quizá descubran que para que la gente aprenda a tolerarlo deberá pasar por un proceso de educación que no se les había ocurrido... ¿por qué si ellos eran la solución, la única y sencillísima solución a todo, al aspecto económico, sobre todo, pero también a las taras conservadoras de una sociedad que aún no se sacude el franquismo ni al episcopado ni la idea de que todos los rojos son como los rojos de caricatura del ABC (cosa que algunos rojos insisten en confirmar), y que si asumen la aburrida administración cotidiana de los problemas, necesidades y ocurrencias de cada uno de los 3.141.991 habitantes de Madrid a los que tiene que atender el Ayuntamiento, no tienen puta idea de qué va la cosa.

Y entonces es el momento de los "usted disculpe" y de los "lo hice sin pensar" y los "era una broma" y los "era joven y necesitaba el dinero" y los "pues presentamos una querella contra esos guarretes" y todo eso que deberían haber sabido que vendría porque el mundo, este mundo, su gente, esta gente, sus problemas, sus soluciones y su enorme complejidad no tienen nada que ver con las fantasías en las que viven en la academia endogámica, en las élites perfumadas, en quien nunca respiró nada más peligroso que el polvo de tiza.
Nota de larepublica.es del 5 de febrero de 2016.
Y así se está dando de narices con la realidad el alcalde de Cádiz, al que la ciudad y sus problemas se le han convertido en un acertijo matemático de altísimo nivel que pretende resolver callando a los concejales opositores y advirtiendo que él tiene una carrera... con esa arrogancia que, ingenuos, pensamos que era privativa de una derecha caciquil, autocomplaciente y arrogante.

Claro que hay que pedir que las iglesias se conviertan en bibliotecas y ser, como la vieja revista mexicana El hijo del ahuizote, "de oposición feroz e intransigente con todo lo malo". Con todo. Pero para hacer efectivos los ideales hay que conocer las limitaciones de la realidad, el enorme trecho que media entre estar en desacuerdo con las atrocidades que me rodean y resolverlas. Entre querer y poder. Uno puede querer volar con la capa ideal de Supermán, pero cuando decide tirarse de un séptimo piso munido solamente con dicho trapo, sus posibilidades de éxito son, por decirlo amablemente, escasísimas.


Cuando crees que puedes pasar del espacio de la denuncia y la justa indignación al espacio de las soluciones sin realmente haber entendido el problema... eres parte del problema. La realidad te impartirá un curso acelerado, sin duda, pero quien lo pagará no serás tú, sino la gente a la que le contaste tu cuento. Y que es finalmente a la que lanzas del séptimo piso con tu capa mágica.