19.9.16

De Vietnam a Siria

Bote de refugiados vietnamitas rescatado en alta mar en 1984.
(Foto CC de Phil Eggman/Departamento de Defensa de los EE.UU.,
vía Wikimedia Commons)
Entre 1975 y 1995, dos millones de refugiados huyeron de Vietnam, del régimen político, del hambre, de la ruina, de los conflictos continuados después del fin de su larga guerra contra los Estados Unidos (la guerra con Camboya y la guerra contra China), de los castigos terribles a los que muchos fueron sometidos por el delito de vivir en Vietnam del Sur, de ser "títeres" de los Estados Unidos. Muchos de ellos se lanzaron con sus familias al mar, jugándose la vida de todos en frágiles botes... entre 200.000 y 400.000 refugiados murieron en el mar, de hambre, de sed, ahogados, atacados por piratas.

Cuando su número fue demasiado alto, fueron rechazados, encerrados en campos de detención, se negoció con Vietnam para que impidiera su salida, muchos fueron repatriados para enfrentar destinos de los que no sabemos nada.

Había traficantes vietnamitas que les conseguían los botes y organizaban su salida al mar a cambio de, se dice, unos 3 mil dólares estadounidenses por persona. El Mar de Sur de China se cuajó de cadáveres como hoy el Mediterráneo, pero en números inimaginables.

Cuando leo a algunos que afirman que el desastre sin paliativos de los refugiados sirios es un hecho "sin precedentes", cuando dicen que "es lo más terrible que ha pasado nunca" y creen que con esta tragedia se ha inaugurado una nueva era de barbarie, pienso en la "gente de los botes". Como ellos ha habido otros muchos en el pasado... refugiados que otros depredan, que dejan la vida buscando salvarla o evitarle a sus familias horrores terribles. Pero no pretendo comparar –sería una infamia– el dolor de unos y de otros, sino subrayar la ignorancia histórica profunda, el simplismo triste y la fácil toma de posición moralmente superior de quienes resuelven el mundo que les rodea en blanco y negro. La vida dura no se inventó para amargar a los que hoy la descubren, por desgracia.

Recuerdo entonces mi tenue, extraña pero aleccionadora relación con la guerra de Vietnam y sus consecuencias. (No contaré la historia de esa guerra, es fácil encontrar un resumen.)

Bomba de napalm estallando contra estructuras del Viet Cong
al sur de Saigón, en 1965. (Foto © Departamento de Defensa de los
EE.UU., vía Wikimedia Commons.)

La guerra de Vietnam fue para mí una lección sobre cómo revisar lo que me parecían verdades absolutas en política.

Cuando yo tenía 17 años, los jóvenes de mi generación nos oponíamos ferozmente a la guerra de Vietnam. Estábamos lo bastante informados como para saber que chicos estadounidenses de nuestra edad y poco más estaban en combate allá (el estadounidense más joven muerto en combate tenía 15 años). Y otros chicos de nuestra edad estaban protestando para detener la guerra y además tratando de evitar que los mandaran a la guerra como conscriptos, debido al servicio militar obligatorio que por entonces regía en los Estados Unidos. Algunos huían a Canadá, otros enfrentaban penas de cárcel por negarse a entrar al ejército, arriesgándose a tremendos maltratos por otros presos, delincuentes pero patriotas.

(Años después, en la ciudad de Querétaro, conocí a un combatiente estadounidense, uno de los primeros veteranos que volvieron a Estados Unidos a principios de los 60 y que organizaron la red de gente y recursos que llevó de modo clandestino a miles y miles a Canadá para escapar de la conscripción. Llamaban a su red de activistas "Second Underground Railroad" (Segundo ferrocarril subterráneo) en memoria del "Underground Railroad" organizada principalmente por los quakeros estadounidenses para llevar esclavos del Sur de los Estados Unidos a estados del norte donde serían libres. En 2015 pude hablar, en Canadá, con algunos de los que habían huído así de la conscripción.)

Monumento conmemorativo a algunas de las víctimas de la matanza de
My Lai (Foto CC Photo by Adam Jones adamjones.freeservers.com)
Ya habían ocurrido algunas de las atrocidades más conocidas de la guerra, como la matanza de My Lai, donde una compañía estadounidense mató a más de 500 civiles de todas las edades el 16 de marzo de 1968. Y nuestra especulación era que esas atrocidades eran la regla más que la excepción, por supuesto, a lo largo de toda la guerra. Y, como consecuencia, los soldados que volvían a Estados Unidos después de servir de 12 a 15 meses en Vietnam eran asesinos de niños, bestias embrutecidas imposibles de salvar de su infierno moral y de conciencia.

Otras atrocidades incluyeron el uso del agente incendiario napalm (gasolina gelatinizada que al arder se aferra al objeto en el que ha caído) que afectó con frecuencia a la población civil y del "agente naranja", una sustancia defoliante que se rociaba en la jungla vietnamita para impedir que ésta funcionara como refugio para los guerrilleros Viet Cong... y que resultó que además era terriblemente tóxica para el ser humano, ocasionando graves daños a la salud tanto de quienes estaban siendo rociados como de los estadounidenses que manipulaban y rociaban la sustancia, además de deformidades congénitas en los hijos de madres expuestas a ella.

Por supuesto, la única motivación que veíamos de Estados Unidos para su intervención en Vietnam desde 1955 hasta su derrota en 1975 era la codicia brutal por las materias primas de Vietnam, su riqueza, que se pretendía depredar manteniendo a Vietnam en una situación similar a la del colonialismo francés que había sido derrotado en una larga guerra de independencia de 1945 a 1954.

Era todo clarísimo, quiénes eran los buenos, quiénes eran los malos y de qué lado estábamos nosotros, claro.

Algunos años después de la derrota estadounidense, quizá en el 82-83, conocí a Don, un veterano estadounidense que vivía en San Miguel Allende, México, y tenía relaciones con el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Nos hicimos amigos. Había tratado de evitar la conscripción mediante lo que se conocía como "aplazamientos por estudios" y, cuando vio que no podía obtener más aplazamientos, se aplicó a estudiar vietnamita, de modo que cuando el ejército finalmente lo enroló, lo asignó a trabajos de inteligencia por su conocimiento del idioma en lugar de mandarlo al frente. Eso no impidió que le tocara salvar el pellejo en alguna batalla.

Don estaba (o está, hasta donde puedo averiguar en Google sigue allí, trabajando en arqueología y defensa del medio ambiente, y por ello me reservo su apellido), como todos los veteranos, un poco loco. Amaba las armas, jugaba con fuego y era un amigo a toda prueba. Y me contaba cómo los soldados estadounidenses tenían miedo de todos los civiles vietnamitas porque no sabían cuál de ellos podía ser un combatiente del Vietcong, cuál podía matarlos o conducirlos a una trampa. Y me contaba que entre los conscriptos estadounidenses, en lugar de ser todos bestias sedientas de sangre, había chiquillos asustados que sólo querían volver vivos a casa, y que, sí, claro, podían hacer cosas horribles por el miedo y la incertidumbre.

Era mi amigo. Hacíamos trabajos juntos. Conocía a su familia y a otros veteranos que estaban bastante más trastornados. Y no eran monstruos, no. El primer ladrillo del muro perfecto caía. ¿Era posible que algunas atrocidades fueran explicables (si bien no justificables)? ¿Era posible que algunas fueran errores? ¿Era posible comprender las acciones de algunos sin por ello omitir su grave responsabilidad? ¿Que algunos no actuaran con la malevolencia que, presumida desde la comodidad, nos daba a nosotros el terreno moral ventajoso?

El cementerio de Mezarje Stadion, en Sarajevo, fotografiado en 2005.
(Foto CC de BiHVolim, vía Wikimedia Commons.
(Años después conocería también a Corinne Dufka, que había cubierto la brutal guerra de Bosnia como fotoperiodista, llegando a ser herida por una mina que estalló debajo del vehículo en el que viajaba. Me contó historias de horror diversas, pero –digámoslo así– esperables. Me relató también una anécdota en la que pienso con frecuencia cuando se producen casos similares. Los periodistas recibieron informes de que las fuerzas serbias, dirigidas por el hoy convicto criminal de guerra Radovan Karadžić, bombardeaban un hospital bosnio, si mal no recuerdo en la propia ciudad de Sarajevo. Los periodistas fueron al hospital y descubrieron que, desde detrás del edificio, las fuerzas bosnias tenían un puesto de lanzamiento de rockets contra los serbios que estaban al otro lado. De pronto, el bombardeo del hospital tenía una explicación (que no una justificación, cuidado aquí): los serbios estaban tratando de inutilizar un puesto de artillería enemigo. Tanto unos como otros estaban actuando inmoralmente, usando al hospital como peón de guerra.)

Por entonces uno se hacía consciente además de los alcances la Guerra Fría, que hoy es la gran guerra olvidada, pero que dominó nuestras vidas desde que tuvimos conciencia hasta 1990. Estábamos conscientes de que todos los días podían ser el último, que un enfrentamiento, un incidente, una locura, podía desatar sin previo aviso el holocausto nuclear, con la URSS y los EE.UU. lanzándose un arsenal de locura que podía destruir completamente la vida en la tierra. Menos claro nos era que los enfrentamientos que vivíamos, que formaban nuestra opinión y posiciones, las guerras, las revoluciones, los levantamientos populares eran las más de las veces "guerrras por procuración" o interpósita persona entre la URSS y los EE.UU., a veces provocándolos directamente, a veces aprovechando los acontecimientos en otros países.

Un helicóptero UH-1D rocía el herbicida "agente naranja" en la zona del
delta del Mekong, Vietnam, 1969. (Foto © Departamento de Defensa de los
EE.UU., vía Wikimedia Commons.)
Vietnam también era eso, lo aprendimos mucho después. La guerra era realmente entre las superpotencias y sus intereses. Los vietnamitas, sin duda honestamente, sin opción, actuaban sin embargo como peones de ambas, del lado que más les convenía o del que les había tocado geográficamente encontrarse al terminar la guerra de independencia contra Francia.

Sí, claro que, además de contrarrestar la influencia política de soviéticos y chinos, los Estados Unidos deseaban el control de las materias primas en las que Vietnam era rico y que tenían mucho más valor apenas superada la mitad del siglo XX. De eso no hay duda. Pero quienes estaban financiando al otro lado no buscaban noblemente la independencia y autodeterminación de la gente de Vietnam para que fueran felices y prósperos, sino... sus materias primas y su riqueza, así como su influencia política. Al término de la guerra en 1975, la URSS se convirtió en el principal socio comercial de Vietnam y a cambio obtuvo además concesiones no directamente materiales como, por ejemplo, la invasión de Camboya por parte de Vietnam en 1978, seguida por una ocupación militar de 11 años.

Además, los vietnamitas que huían, esos refugiados aterrados y con el sueño de una vida mejor o al menos de salvar el pellejo, como todos los refugiados, llevaban a cuestas una sospecha que permitió que la izquierda regresiva o reaccionaria de aquél entonces los ignorara y hoy los tenga olvidados: huían de un país donde el comunismo chino había triunfado. Esto hacía fácil acusarlos, de modo inmediato y sin juicio por medio, de ser proestadounidenses, probables criminales de guerra, enemigos de su pueblo, capitalistas, adversarios de la utopía hermosa y fraterna en la que se creía que se había convertido Vietnam al terminar la guerra. Esos dos millones, los que murieron y fueron tragados por el mar, y los que sobrevivieron y se extendieron por el mundo, lo hicieron sin que esa izquierda (que no es toda la izquierda, insistamos desde la izquierda) se inmutara, salvo para escupir de cuando en cuando a algún tendero vietnamita asumiéndolo injustamente como cómplice de la masacre que asoló a su país durante décadas de horror.

Después de un análisis con datos abundantes, el panorama era muy distinto aunque seguía siendo esencialmente correcto... Sí, el involucramiento de Estados Unidos en Vietnam era inmoral, pero también el de quienes financiaban a los que combatían a Estados Unidos. Sí, se cometieron atrocidades, pero no en todos los casos por maldad, crueldad o inhumanidad. Había que aceptar que los oficiales, al igual que los dirigentes políticos y militares de los Estados Unidos no eran monstruos, sino seres humanos que creían que hacían lo correcto (aunque obviamente no fuera así). Sí, había locos peligrosos en el ejército invasor, pero eran la minoría. Sí, el uso del napalm y del agente naranja fueron crímenes de guerra que violentaban toda legalidad internacional, pero sus efectos secundarios fueron totalmente inesperados, simplemente eran desconocidos mientras se usaban. Pero sí, también, el trato de los vietnamitas a los presos de guerra estadounidenses fue brutal, inhumano y violentaba la legalidad internacional y ello debía admitirse aunque no deslegitimara la lucha vietnamita contra la invasión.

Había que matizar, matizar enormemente, entender complejidades de relaciones de poder internacionales, de la lucha por la hegemonía a nivel planetario de dos superpotencias que se amenazaban directamente con suficiente capacidad en bombas termonucleares como para acabar con la vida en la tierra, pero que precisamente por eso optaban por enfrentarse mediante terceros... y optaron por hacerlo en el Tercer Mundo. Desde las guerras de Corea y Vietnam hasta las revoluciones africanas y latinoamericanas, los conflictos entre 1945 y 1990 no fueron sino las zonas calientes de la Guerra Fría. Los buenos no lo eran tanto y los malos tampoco.

Hay una serie de hechos históricos que se prestan fácilmente a la visión maniquea que se está convirtiendo en el gran enemigo del pensamiento y que, sin embargo, exigen de cualquier persona con un mínimo de decencia intelectual y moral ser analizados en toda su complejidad y con todos sus datos, aunque desafíen nuestra comodidad. Es urgente que todos aprendamos a desconfiar de las respuestas sencillas y cómodas, de los formularios ideológicos y de los sellos de garantía otorgados por quien mejor haría callando.

Tomar partido no debería ser inaugurar complicidades, y no justifica la ceguera al contexto, ni en Vietnam, ni en Siria, ni en ningún otro caso.