4.9.16

Prefiero a Sylvia: entre Trotsky y Mercader


El martes iré a ver El elegido sin mucha información sobre la película, con interés y con mucho temor.

Porque algo conozco del tema real, y eso es peligrosísimo cuando se trata de una obra de ficción basada en la realidad.

El caso del asesinato de León Trotsky (el 20 de agosto de 1940) ha sido una de mis pasiones históricas desde adolescente, cuando cayó en mis manos Así asesinaron a Trotsky, libro escrito por el General Leandro Sánchez Salazar, jefe de la policía secreta mexicana en el momento del crimen y responsable de la investigación.

Entiéndase que para México, el asesinato fue una afrenta internacional: no había podido garantizar la vida de un hombre perseguido de país en país por la furia asesina de un enemigo de dimensiones aterradoras. Había ofrecido refugio... y el refugio había sido una trampa. La conmoción fue tal que, en cierto modo, aún está vigente.

Trotsky, así, es parte de la cultura mexicana (el trotskismo no, aunque los frenéticos que se creen legatarios de la Cuarta Internacional son tan pesados, bestias, mesiánicos y manipuladores allá como en el resto del mundo, cosa que he confirmado por haberlos conocido y sufrido, y luego hablando con otros que los han padecido igual en Londres que en la Sorbona, en la Complutense, en Buenos Aires o en Vancouver).

Es relevante contar que, tres meses antes del asesinato, se había producido otro atentado contra Trotsky, torpe y casi de comedia bufa, a cargo del muralista David Alfaro Siqueiros y un comando en el que participaron entre 12 y 20 hombres, entre ellos, Luis y Leopoldo Arenal, cuñados del pintor. Quien les franqueó la entrada en la casa-fortaleza en la que se había instalado Trotsky en el Sur de la Ciudad de México fue uno de los guardaespaldas de Trotsky, el estadounidense Robert Sheldon Harte, quien después de la caída de la URSS se confirmaría que era un infiltrado de la NKVD (luego KGB, la policía política soviética) para ayudar a un eventual atentado.

Sheldon se dio a la fuga junto con los atacantes después de su sonado fracaso, cuando, después de hacer más de 400 disparos de metralleta y lanzar varios explosivos al interior de la casa, no rasguñaron siquiera a León Trotsky ni a su esposa Natalia Sedova. Algunos de los atacantes huyeron a una casa que tenía Siqueiros cerca de Cuernavaca, donde Sheldon sería asesinado unos días después, mientras dormía, con dos tiros en la cabeza. El asesino fue, al parecer, uno de los hermanos Arenal (las sospechas recaen principalmente sobre Luis, pintor como su cuñado), aunque la verdad difícilmente se sabrá.

El asesinato del cómplice, ordenado por la propia NKVD al sospechar que los había traicionado, le quitaba los tintes de comedia al ataque, por supuesto. Lo convertía en tragedia ideológica, que son las tragedias de más baja categoría.

No sabía yo, al leer a Sánchez Salazar, que pronto me cruzaría con los Arenal. Leopoldo, huido a Estados Unidos, volvería a México finalmente con su mujer, que sería mi profesora de literatura inglesa en el bachillerato, mientras que su hijo sería mi compañero de aula. A Luis, por su parte, lo vi varias veces en casa de un estalinista inamovible que con frecuencia se negaba a recibirlo y a mí, visitante en la casa por motivos personales y literarios, que no políticos, me tocó recibirle algunas veces e informarle que su visitado "no se encontraba en casa", mientras éste se ocultaba no sé si con furia, temor, desprecio o todo junto.

Los viejos (cuando yo era joven) estalinistas mexicanos con frecuencia daban la impresión de haber participado de una u otra forma en ese atentado. Y nunca querían hablar del tema, lo cual fortalecía la hipótesis. Las entradas de Wikipedia de Luis Arenal en inglés y en español, por cierto, no mencionan ni el atentado ni a Robert Sheldon, sólo que de 1940 a 1943 "viajó por América del Sur". Como Siqueiros que, finalmente detenido en octubre de 1940, consiguió la libertad bajo fianza en 1941 y huyó a Chile con ayuda de Pablo Neruda, al que el asunto le costó el consulado en México, por cierto.

Con ese roce inesperado con la historia del heredero de Lenin, seguí leyendo y preguntando y conociendo.

Así leí el libro de Julián Gorkin Cómo asesinó Stalin a Trotsky. Bien informado lo estaba el autor, ya que "Julián Gorkin" era, en realidad, Julián Gómez García-Ribera, líder del POUM durante la guerra civil española, refugiado en México, antiestalinista y que sería asesor de Leandro Sánchez Salazar durante aquella investigación de asesinato cuyo único misterio no fue revelado con certeza sino hasta mucho después: quién era el autor material del asesinato (pues Jaime Ramón mantendría siempre la versión oficial de que él era un simple trotskista belga desencantado llamado Jacques Mornard o Frank Jacson, sin cambiar su historia ni en los 20 años que estuvo en la cárcel ni en los 18 adicionales que vivió en libertad).

Todo mundo sabía que el autor intelectual era Stalin, claro. Desde 1929 quería la vida de su oponente político como se había cobrado las de otros miles y millones de personas que le resultaban molestas o meramente antipáticas. Pero había que confirmarlo. Las sospechas aumentaron cuando la URSS nombró a Mercader "Héroe de la Unión Soviética" un año después de su liberación.

Nunca pudo volver, como quería, a Barcelona. El propio Santiago Carrillo se lo negó, poniéndole como condición para darle permiso que escribiera una confesión desenmascarando a Stalin. Pero Mercader fue fiel hasta su muerte, que ocurrió en Cuba en 1978. Sus restos fueron llevados al cementerio Kuntsevo de Moscú, donde se le homenajeó enterrándolo como, hágame usted el favor, "LÓPEZ Ramón Ivanovich" (la lápida dice ahora, abajo, en letras latinas agregadas posteriormente, "Ramón Mercader del Río").

La tumba de Mercader y, como muestra la lápida inferior, de su hermano Luis.

Hay secretos que algunos siguen guardando por lealtades incomprensibles. Y más que incomprensibles, poco admirables. Que es lo peor.

El misterio, por cierto, quedó aclarado, o confirmado, en 1994, con la autobiografía de Pavel Sudoplatov, teniente general de la inteligencia soviética, quien confesó que en 1939 Stalin le había encargado el asesinato en México, para el cual preparó los dos atentados.



Arriba, Eduardo "El Güero" Téllez Vargas con Trotsky. Abajo,
el 5 de octubre de 1940 entrevista a David Alfaro Siqueiros,
detenido por el atentado de mayo.
Conocí la historia del admirable Eduardo Téllez Vargas, "El Güero Téllez", periodista de nota roja ("de sucesos", en España). Había entrevistado alguna vez al propio Trotsky y, al enterarse del atentado y de que el líder había sido trasladado al hospital de la Cruz Verde, utilizó sus contactos y habilidad para conseguir colarse, disfrazado de enfermero, al quirófano mismo donde se intervino al líder soviético.

Téllez sugeriría, como otros, que la intervención hizo más daño que bien al paciente. Su nota, publicada al día siguiente, fue un escándalo para la policía. Dos meses después también entrevistaría a Siqueiros.


Conocí la historia del Dr. Alfonso Quiroz Cuarón, revolucionario criminólogo proponente de la rehabilitación del delincuente, que entrevistó largamente a "Jacques Mornard" o "Frank Jacson" y que descubrió que éste sabía ruso al mostrarle un mensaje en ese idioma diciendo que sus camaradas habían hablado y ya sabían quién lo había enviado a México.

Fue Quiroz Cuarón quien logró, en 1950, identificar con certeza al asesino como Jaime Ramón Mercader del Río, comunista catalán, hijo de Caridad del Río Mercader, "La Pasionaria Catalana", comparando en Barcelona las huellas digitales del preso mexicano con las de un joven militante del PSUC que había sido detenido y fichado en 1935. Pese a lo cual, por cierto, el criminólogo desarrolló una buena amistad con Mercader.

El piolet que alguien robó en 1940, y que otro me contó que robó después y que nadie sabe si apareció o no... un misterio menor en el mar de interrogantes que aún quedan a 76 años del asesinato de Trotsky. Atrás, junto al policía, "El Güero" Téllez.
Fui compañero de revista del periodista José Ramón Garmabella y compartí con él tardes de cantina y relatos que, decía, no pudo o no quiso o no convenía incluir en sus varios libros sobre Trotsky, incluida alguna historia que imagino exagerada, como la del robo del piolet con el que Mercader asesinó a Trotsky... sobre todo porque sería posterior al robo –real– del piolet que se produjo el mismo año de 1940 de entre las pruebas de la policía.

No sé cuál de los dos piolets reapareció supuestamente en 2005 en manos de una mujer que pretendía venderlo. Conocí también la casa-museo de León Trotsky, dirigida hasta hoy por su nieto, Esteban Volkov Bronstein, el mismo que no quiso comprar el piolet reaparecido ni someterlo a pruebas de ADN para determinar si tenía restos de su ilustre abuelo. Allí se conserva casi intocado el estudio de Trotsky tal como estaba en el momento en que Mercader lo atacó: los libros, los papeles en la mesa, las sillas...

El estudio de Trotsky.
Me alucinó siempre saber que Caridad del Río Mercader, la dura combatiente, al ver que su hijo no salía de casa de Trotsky y que había movimiento que indicaba urgencia, decidiera abandonarlo. Caridad, junto con Nahum Eitingon (de alias "Kótov" en la NKVD), uno de los verdugos de Stalin (que eran muchos, incluso algunos que se ocupaban de matar a otros asesinos a los que el líder les perdía el afecto, como cuando Vasily Blokhin mató al fiel Nikolai Yezhov), tenían ante la casa de Trotsky dos autos listos para la huida del asesino.

El golpe con el piolet en el parietal no mató a Trotsky de modo fulminante, y éste pudo gritar atrayendo a sus guardaespaldas y ordenarles que sólo detuvieran a "Mornard", que no lo mataran porque tenía que hablar (nunca habló). Viendo que algo iba mal, los cómplices huyeron del lugar y del país dejando librado a su suerte a Jaime Ramón.

ABC, en la línea editorial que mantiene hasta hoy, ya condenaba a Sylvia Ageloff como "cómplice" de Mercader en esta foto del enfrentamiento entre ambos amantes que organizó Leandro Sánchez Salazar para buscar quebrar emocionalmente al asesino.
Alguna vez me imaginé contando con el financiamiento suficiente para pasar unos meses en Estados Unidos investigando el destino de Sylvia Ageloff, la secretaria de Trotsky y fiel militante a la que Mercader enamoró y usó indirectamente para obtener acceso a la casa del líder (a través de una pareja de trotskistas amigos de Sylvia, los Rosmer, no directamente como el mito simplifica; ella siempre se negó a llevar a Mercader a casa de Trotsky por miedo a comprometer al líder, sabiendo que su amante estaba en México ilegalmente). Recuerdo que lo comentara con quien lo comentara, a todos les resultaba una idea apasionante, empezando por Jorge Semprún, que le tenía una simpatía especial también a Sylvia.

Sabemos que Sylvia nació en Brooklyn en 1913, hizo un master en psicología en la Universidad de Columbia, fue a París en 1938, donde conoció a "Mornard" y vivió con él un romance que pasó por Nueva York y llegó a México, a donde él le pidió que fuera a seguirlo, hasta estallar el día del asesinato. Sabemos que le pidió a Sánchez Salazar que matara a "Mornard" por haber asesinado a su líder. Sabemos que, una vez que se determinó que no era cómplice del asesinato sino víctima de la larga maquinación estalinista, su familia la llevó de vuelta a Brooklyn. Sabemos que allí fue profesora de kindergarten, fue interrogada por el FBI en 1942 y, en 1950, compareció sobre el tema ante la comisión de Actividades Antiamericanas del Congreso organizada por el infame Joseph McCarthy. Sabemos que murió en 1995 a los 82 años en su natal Brooklyn. Nos dicen que está enterrada con su nombre en el cementerio de ese mismo distrito.

Es decir, sabemos en realidad muy poco de Sylvia Ageloff y todo ello relacionado con el asesinato. A mí me interesaría conocerla a ella, su vida, sus ideas, su militancia, si su sinceridad política se desbordaba a otros capítulos de su vida. Si volvió a amar o no se atrevió. Cómo era con su familia (sus sobrinos, lo sabemos, viven).

Me parece un tema más rico que Mercader, que es blanco fácil y por tanto lo ha sido de novelas y películas (hasta Alain Delon lo interpretó, imagínese usted, que yo mejor no me lo imagino).


Cosas así conozco del caso Trotsky, además, claro, de lo que todo mundo sabe y cuenta sobre el líder, su historia, su enfrentamiento con Stalin, su exilio, su llegada a México, sus años allí y las circunstancias de su asesinato, así como sobre su asesino, cuyo fanatismo por alguna causa fascina en lugar de provocar repugnancia. Me imagino que si Jaime Ramón no hubiera sido alto y atractivo, sino un simple recluta del Daesh embutido en un uniforme negro y golpeando con el piolet a un yazidí en lugar de a Lev Davidovich Bronstein, se le dimensionaría como lo que era: un irracional asesino psicopático y despreciable. Tan encantador como pueden ser otros asesinos, pienso en Ted Bundy o en la suavidad estudiada de Bin Laden, pero precisamente por ello más, no menos, ponzoñoso.

Todo esto sin suponer, en ningún momento, que Trotsky fuera un inocente, que bastante sangre tenía en las manos pese a su tardía imagen venerable de sesentón afortunado que se acostaba con Frida Kahlo y le daba de comer a los conejos, como cuenta mi compañero de algunas aventuras Leonardo Padura. Allí hay otra historia y no corta.

Por eso me fascina, acaso, la figura de Sylvia. Parece ser lo único noble y luminoso que se alcanza a ver en las inacabables tonalidades de negro de esta historia.

Después de ver la película, quizás añada algo a esta entrada.

* * * * *
Escribí el 7 de septiembre en Facebook, ya vista la cinta:
Vayan a ver El elegido. Brillante manejo de la historia, licencias dramáticas las justas para que fluya la historia pero sin alterar los hechos ni maquillarlos, varias actuaciones de primera, ambientación convincente, guiños bien armados, creíble y certera con su hecho histórico: el asesinato de Trotsky. 
Como dije en la entrada, le tenía miedo a la película. Es tan fácil glorificar a un asesino, hacer caricaturas, simplificar, justificar o ignorar... El director no lo hizo. 
Sí, podría haber sido un poco más justo con Sylvia Ageloff. Nadie lo ha sido del todo, creo yo, pero Chavarrías y Hannah Murray lo han intentado honestamente, y esa escena final de ella ante Mercader es oro molido que permite perdonar otros momentos demasiado estereotipados. 
Algún día la historia señalará que ella fue lo único decente, noble, sincero, luminoso y defendible en ese pozo oscuro de intrigas y bajeza. Una inquietud mía que alguna vez pude saber que compartía Jorge Semprún, por cierto, y perdón por el name dropping
Mientras, buen cine. 
(Esto fue lo que quedó de una detallada crítica que redacté y que Blogger se tragó.)