15.7.17

La ley y los pequeños trumps

Donald Trump Jr.  (Fotografía CC de Gage Skidmore, via Wikimedia Commons)

Me asombra que, al parecer, en España no estamos demasiado conscientes de la situación desastrosa que está viviendo la presidencia estadounidense, esa escalofriante pesadilla en que habitamos desde que, la noche del 8 al 9 de noviembre de 2016, se anunció que Donald J. Trump había ganado los votos necesarios en el colegio electoral para ser proclamado 45º presidente de ese país.

El último capítulo ha sido la confesión abierta de Donald Trump Jr. en el sentido de que se reunió con una abogada rusa cuando se le ofrecieron datos oficiales del gobierno ruso para combatir a Hillary Clinton como parte del esfuerzo del gobierno de Putin por ayudar a Trump.

La confesión es tan asombrosa que los titulares, incluso de diarios amigos de la administración enloquecida del Calígula del peinado imposible, llamaron al heredero "idiota". La idea es que en el momento en que una potencia extranjera (ya no digamos una potencia enemiga como lo es Putin de todo lo que significa la Ilustración, la democracia y la ley) te ofrece ayuda para alterar unas elecciones, deberías haber llamado al FBI. Pero ni el hijo ni el padre lo vieron así. De hecho, el presidente Trump (dos palabras que nunca deberían haber estado juntas) señaló en Francia apenas ayer que "cualquiera" habría aprovechado la oportunidad que se le dio a su hijo de obtener información por ese medio y que "además la reunión no dio ningún fruto" (cosa que está por verse, por cierto, como han señalado críticos de la talla de Keith Olbermann). Es decir, que hubo intento de incendiar el edificio, pero como no prendió,  no hay delito.

Lo que revela esta actitud es un profundo desprecio a las leyes, a la idea misma de que es bueno para una sociedad autolimitarse emitiendo legislación que oriente sus acciones y les ponga cotas y límites.

Las leyes son los instrumentos que permiten la convivencia de individuos distintos, con intereses, deseos, ideas y creencias diversos y, con frecuencia, contrapuestos. Los animales sociales no humanos no emiten legislación, pero basta observarlos como lo han hecho los etólogos para descubrir el entramado de reglas, de obligaciones, deberes y prohibiciones, que permiten la vida en sociedad de la tropa de chimpancés, de la manada de lobos o de la colonia de suricatos. Los seres humanos escribimos esas leyes, las debatimos, las interpretamos y las vamos haciendo evolucionar (a veces con una lentitud dolorosa) porque de otro modo nuestra sociedad sería inviable.

Pero hay, a izquierda y derecha, personas y organizaciones que no tienen, ni en la teoría ni en la práctica, respeto alguno por las leyes. Las leyes son para ser utilizadas en tu beneficio o despreciadas, cuando no derogadas así sea mediante la violencia para imponer otras más cómodas.

Denigrar el cuerpo legislativo de una sociedad y a sus representantes es, por otro lado, un excelente fulcro para apoyar cualquier arenga demagógica... pienso inevitablemente en el rechazo tajante que expresan ciertos grupos políticos a la normalidad constitucional producto de las negociaciones de la transición española de 1978 y a las leyes que de ella se han desprendido. Y allí coinciden los que encuentran fácil decir que la dictadura sigue tal como estaba en 1974 y los que dicen que la democracia destruyó la pacífica convivencia del franquismo. Extremos que no deberían ni saludarse pero que se tocan, se manosean y se van juntos a la cama sin pudor alguno.

Para los Trump, las leyes no son entidades respetables, ni la sociedad es una colección de seres humanos que ameriten el reconocimiento de su dignidad individual y social. Simplemente no creen en las leyes y, de manera demostrable, nunca se han regido por ellas, beneficiándose en cambio de corruptelas, amistades, complicidades y uso contundente del poder económico.

Todo ciudadano debería estar consciente de lo que significan las leyes y por qué las tenemos, siendo imperfectas, y por qué es mejor cambiarlas por mutuo consenso que con un golpe de fuerza que permita a cualquiera, a uno solo, a una camarilla, dictarlas a capricho. Ni el Directorio que impuso el terror en la Revolución francesa, ni el Comité Central de los partidos comunistas, ni dictadores varios (Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet, Somoza, Videla, Idi Amín, Pol Pot, usted anote a sus favoritos) han conseguido hacer un trabajo ni siquiera mínimamente comparable a las leyes forjadas en un entorno democrático y representativo, curiosamente siempre mejores cuanto más democrático y más representativo sea el cuerpo que las expide.

Sin embargo, es tan seductora la idea de que todo está mal y todo puede ser perfecto que la gente acaba votando a quienes precisamente desprecian las leyes, esperando de ellos que sean mejores que quienes no han sido perfectos.

Decía El Quijote que la buena ley es superior a todo hombre. Y es cierto. Pero la buena ley además hace que la sociedad actúe de manera más moral, más justa y más sensata que nosotros como individuos. Cuando las leyes se parecen a los individuos y a sus pasiones más desatadas, es menos sana la convivencia entre todos.

Sin educación para la ciudadanía, sin embargo, veo difícil que se promueva una comprensión de por qué nuestro marco jurídico es tan imperfecto y que, aún así, sea mucho mejor que las opciones a mano. Estamos creando generaciones pletóricas de Donalds Trump Jr. en distintos sabores y tamaños, pero unidos por ese desdén a lo que nos permite vivir juntos más o menos civilizadamente.

5.7.17

Sin disculpas

(Nota: Éste es un post invitado con una pequeña historia detrás. En Twitter, @Ilse0101 comentó que quería traducirlo y publicarlo. Necesitaba un blog y varios ofrecimos los nuestros. Necesitaba permiso de la autora, Maryam Namazie, y ésta se lo dio en pocas horas, entusiasmada por la idea de que sus palabras se leyeran también en español. Maryam Namazie –el enlace es a la Wikipedia en inglés porque aún no tiene entrada en español– es una activista iraní pro derechos humanos, portavoz de Solidaridad Irán, Una Ley para Todos y el Consejo de Exmusulmanes de Gran Bretaña y miembro del Partido Comunista Iraní. Su familia huyó de la revolución teocrática iraní. Ha sido defensora de los derechos de las mujeres en teocracias musulmanas, opositora del relativismo cultural y promotora de una sociedad laica y la separación de las iglesias y el estado. Ha sido excluida de universidades y atacada por presuntos progresistas académicos estadounidenses con el argumento de que promueve un sentimiento "antimusulmán" al denunciar sus acciones contra la libertad, contra las mujeres, contra los homosexuales, contra la vida.)
Maryam Namazie, vía Wikimedia Commons

Sin disculpas

por Maryam Namazie
Traducción de @ilse0101

Este escrito es para ti.

No para ti, el islamista que me quiere callada o muerta mientras sueñas con tu vil califato, ni para ti, el racista que quiere expulsar a mi inmigrante familia musulmana mientras sueñas con tu despreciable Europa cristiana y blanca. Para mí, sois las dos caras de la misma moneda.

Este escrito va dirigido a ti, a quien debería considerar mi amigo, mi aliado, pero que se niega a apoyarme. Tú, el progresista, el antirracista, el que supuestamente defiende los Derechos Humanos.

¿Cómo es posible que tu defensa de la libertad de conciencia y de expresión nunca incluya mi derecho a rechazar y criticar al islam?

Me excluyes, vetas, expulsas, culpas y difamas, o, como poco, te quedas callado simplemente por quién soy: Una una ex-musulmana, atea, crítica con el islam.
Por supuesto, tienes derecho a guardar silencio.

No eres responsable de mi persecución. Solo los que amenazan, matan y dañan a los librepensadores en países y comunidades bajo el control islamista son directamente responsables. La justicia, después de todo, no puede culpar de forma colectiva.

Pero yo acuso.

Te acuso a ti de culparme a mí y nunca a mis agresores.

Ellos siempre parecen tener algún tipo de queja o sensibilidad herida que justifica que inciten a la violencia o al asesinato en masa.

Yo, por otra parte, siempre soy culpable.

“Si yo no hubiera ofendido”. Tu religión me ofende pero aun así, sigo siendo capaz de apoyarte y defender tu derecho a creer.

“Si yo no hubiera provocado”. Los islamistas matan, desfiguran y silencian ¿y soy yo la que les provoca por decir lo que pienso? ¿Son ellos los que hablan o tú?

“Si yo hubiera respetado al islam”. Tú no respetas mi ateísmo, ¿por qué debo yo respetar tu religión? En cualquier caso, lo que hay que respetar es el derecho a creer, no la creencia.

“Si me hubiera guardado para mí la opinión sobre el islam”. Tú no te guardas para ti tus opiniones. Todos los días, en cada esquina, escucho que el islam es una religión de paz y que los islamistas no son verdaderos musulmanes. Me obligan a tragar religión hasta que me ahogo ¿y aun así tengo que guardarme mis opiniones? ¿No tengo yo también derecho a hablar y pensar como yo decida? Hasta que los islamistas no dejen de amenazarme, gritaré mi ateísmo desde cada azotea.

“Estoy ayudando al racismo porque critico al islam”. ¿Estás tú promoviendo el terrorismo por defender el islam? Yo no te culpo por el terrorismo, deja de culparme del racismo cosa que, por cierto, también me afecta a mí.

Querido “amigo”:

¿Tan difícil es de entender que la libertad de credo no es solo para los creyentes? Incluye el derecho a no creer, el derecho a rechazar el islam, públicamente o de cualquier otra forma. Esa libertad de expresión no es solo para aquellos que defienden y promueven el islam. También es mi libertad, y la nuestra, poder criticar al islam, burlarnos de él e incluso ver al movimiento islamista como una ideología regresiva.

Y hacerlo públicamente sin miedo.

Sinceramente, cuando escucho recitar el Corán, es como si me dieran una patada en el estómago. Me recuerda a las ejecuciones en Irán y la pesadilla totalitaria de la que hui buscando refugio.

Y sin embargo, todavía puedo distinguir entre creencias y seres humanos. Todavía puedo defender el derecho a creer en una religión. Todavía puedo apoyarte contra los fascistas de toda índole.

¿Por qué no puedes defender tú mi derecho a rechazar la religión?

¿Por qué no puedes apoyarme?

¿No puedes ver que la libertad de creer no tiene sentido sin la libertad de no creer? Son libertades análogas. No pueden existir la una sin la otra.

Quizá tú puedas permitirte ese silencio. Después de todo, la religión y sus defensores siempre han sido los privilegiados y los librepensadores han sido los perseguidos durante toda la historia. Pero yo, nosotros, no podemos serlo.

Porque no tenemos elección.

Porque tenemos derecho a pensar y vivir libremente aunque ello te ofenda.

Porque si no hablamos por nosotros mismos, ¿quién lo hará? Está claro que tú no.

Porque debemos hablar por nosotros mismos y los que queremos, por aquellos que no pueden hablar, por aquellas que están sometidas y maltratadas en sus casas en Londres, encarceladas en Riad o esperando la horca en Teherán y Karachi.

Por Raif Badawi, por Sina Dehghan, Sahar Ilyasi, Ayaz Nizami, Ahmad Al-Shamri, Taimoor Raza, Avijit Roy…

Porque somos un tsunami que se aproxima…

Sí, no te culpo de mi persecución pero a menudo me pregunto cuánto de ese papel de culpabilizador de la víctima y de ese silencio, a menudo involuntario, está normalizando el acoso y derribo a ateos críticos con el islam y librepensadores.

Me pregunto: Si tú no fueras tan tolerante con la cultura de la ofensa y tan intolerante con mi crítica, ¿el mundo no sería un mundo distinto?

Yo acuso.

#IWant2BFree #QuieroSerLibre