7.8.17

Venezuela, día de la marmota

Protestas en Venezuela, abril de 2017. (Foto CC de Jamez42, vía Wikimedia Commons.)
Un aspecto especialmente triste de la situación venezolana es la polarización dentro y fuera. La idea de que una de las partes actúa por maldad pura mientras que la otra actúa por necesidad con inagotable bondad y las mejores intenciones es uno de los razonamientos falaces que suelen aparecer cuando hay una confrontación tan brutal como la que se da en Venezuela.

Yo no dudo, ni por un momento, que la mayoría de los seguidores del chavismo (digámosle así, como figura del lenguaje y no como descripción ideológicamente válida) actúen movidos por las mejores intenciones. Realmente creen que están construyendo un país mejor, más justo, más humano, más fraterno, más igualitario y más sólido. Es más, podría creer que no son mayoría, al menos en los estamentos de toma de decisiones, donde el poder realmente se ejerce, los que saben que están embarcados en una farsa, los que ni siquiera se creen su discurso, los corruptos y los malvados. Y tampoco dudo de la intervención de Rusia e Irán en el decurso político del chavismo.

Tampoco dudo, ya que estamos en esto, que en algunos espacios de la oposición (digámosle así, con toda la imprecisión que comporta el término y las posiciones tan distintas que confluyen en él) haya el cabreo de gente cuyos recursos económicos se han visto afectados por la política chavista y que busquen el regreso de sus posesiones y el retorno a la situación previa al chavismo, cuando Venezuela era simplemente otro país latinoamericano con democracia más bien endeble y corrupción más bien consolidada, debidamente ejemplificado por ese sujeto impresentable que es Carlos Andrés Pérez. Ni dudo que intervenga la inteligencia de Estados Unidos para remover el agua.

La reacción de arco reflejo en el caso venezolano es preocupante, sobre todo fuera de Venezuela, porque las posiciones se toman sin atención a los hechos reales, al devenir de los acontecimientos, al contexto cambiante. Un buen ejemplo es que alguien me aseguraba que la votación de la constituyente de Maduro el domingo 30 de julio era perfectamente fiable porque el Centro Carter mismo había dado por buenas las elecciones de 2012 y 2013. Lo cual es cierto. Pero cuatro años después las cosas han cambiado bastante.

El presidente venezolano Nicolás Maduro el 1º de abril de 2017 con Luisa Ortega Díaz, fiscal hoy destituida. (Captura de pantalla CC de un vídeo de YouTube, vía Wikimedia Commons.)
Sí, en 2012 Jimmy Carter se despeñaba en la hipérbole diciendo que el sistema electoral venezolano era "el mejor del mundo", convalidado por el sistema de identificación biométrica de los electores diseñado por la empresa Smartmatic. Y en esos años la oposición criticaba al Centro Carter afirmando que las elecciones se habían hecho en un ambiente que favorecía al chavismo.

Pero no estamos en 2012.

En 2015, el Centro Carter decidió cesar operaciones en Venezuela, enfrentado al gobierno de Maduro. Y, en 2016, dijo que debería llevarse a cabo el revocatorio convocado popularmente con las firmas que la Constitución venezolana exigía y al que Maduro se negó antidemocráticamente. Y, en 2017, Jennifer McCoy, analista política que dirigió algunas de las misiones de observación electoral del Centro Carter indicó que los resultados de la votación para la Constituyente eran increíbles, mientras que Smartmatic dijo que habían sido manipulados.

Hay tres hipótesis a considerar sobre las votaciones venezolanas, sólo a guisa de ejemplo: que siempre hayan sido limpias, que siempre hayan sido manipuladas o que hayan sido limpias en ocasiones y ahora hayan sido sucias. La primera implica que los que hoy las critican mienten cuando antes decían la verdad. La segunda implica que los que hoy las critican digan la verdad y antes mintieran. La tercera significa que tanto el Centro Carter como Smartmatic como otros organismos que coinciden con su valoración siempre hayan dicho la verdad.

Pero prácticamente nadie está viendo la situación desde esa óptica. La idea más o menos es que si eres de izquierda debes apoyar ciegamente y sin ningún espíritu crítico cualquier cosa que hagan Nicolás Maduro y su gobierno, y si eres enemigo de la izquierda debes apoyar sin más las acciones de la oposición, aún las que implican una violencia que en nada ayuda a una salida pacífica al conflicto.

¿Qué se requiere para creer que todos los opositores sean asalariados del gobierno estadounidense, de la CIA, gente malvada enemiga del bienestar de todos los venezolanos? La idea que se nos ofrece desde el oficialismo de Venezuela es la de unos delincuentes sin una sola virtud, que se lanzan a las calles sólo para hacer el mal. ¿Quién puede creer eso, con manifestaciones diarias desde el 1º de abril? Recuerdo la propaganda de Stalin que pintaba a Trotsky como un agente de Hitler que recibía sus órdenes directamente de Berlín... y lo que me da miedo son los que eran capaces de creerlo aún cuando tenían información en contrario.

¿Qué visión chata se requiere para negar que hay elementos violentos entre la oposición, que junto a los pacíficos ciudadanos que quieren una solución a la brutal situación económica en que está sumida Venezuela actúan sujetos capaces de atrocidades inaceptables, como en las manifestaciones de izquierda suelen colarse los provocadores anarkos cuya ideología se resume en "rompamos algo"?

¿Qué entrega de la capacidad crítica puede admitir que todo el desastre económico venezolano es el producto de fuerzas externas malévolas, cuando la situación en Venezuela hoy es mucho peor que la que sufría Cuba después de la caída de la URSS, cuando no tenía nada que vender, con un embargo económico prolongado de su mejor mercado y sin fronteras físicas por dónde siquiera meter contrabando? Venezuela tiene las mayores reservas petroleras del mundo y pese a la caída en su producción (resultado de malas administraciones) sigue ingresando 25 mil millones de dólares al año por este concepto... el problema es que sólo vende 1.300 millones de dólares en otros rubros. ¿Es posible imaginar que todo está realmente bien allá y lo que vemos es sólo propaganda de la CIA, y quien dice la verdad es, por ejemplo, Serrano Mancilla, "el Jesucristo de la economía" según Maduro?

Plantón opositor en Caracas el 15 de mayo de 2017. (Fotografía de Jamez42, vía Wikimedia Commons.)
Todo ello exige contorsiones intelectuales aterradoras. En cambio, ajustarse a los datos nos habla de un experimento emocionante y mal llevado desde el principio. Nos habla de que la confrontación "pueblo-antipueblo" asumida como fulcro del accionar político bolivariano dio como resultado una situación insostenible; que promover las potentes tensiones sociales que, según la amada teoría populista, permiten el acceso al poder, deviene en enconamientos que no se resuelven una vez que se alcanza tal poder y se decreta el paraíso desde una tribuna exultante. Nos muestra una vez más que la idea de que todo el gobierno de un país es cosa de voluntad política, de "exprópiese" y de retórica candente nunca tiene un recorrido demasiado largo. Nos recuerda que los logros fulgurantes (que Venezuela los tuvo) en economía, en desarrollo humano, en educación, en salud eran insostenibles a largo plazo por la visión chata, simplona y voluntarista del caudillo, sus teóricos, sus palmeros, su entorno, su historia y su necia realidad. Nos repite la amarga decepción que nos han dado los caudillazos y sus quimeras una y otra vez, en revolución tras revolución, en inauguración de la historia tras inauguración de la historia. Nos reitera la corrupción que sigue a la lucha anticorrupción cuando ésta no se consagra en una legislación viable, perdurable y consensuada, sino que se personifica en un salvador mesiánico súbito (sea Fujimori o Tsipras, Kirchner o Chávez, incluso, y ése duele especialmente, Lula) y en decretos que como se expiden se pueden derogar... y se derogan.

Hubo un proceso prometedor que no avanzó como se deseaba y el resultado hoy es lamentable. No aceptar eso desde la izquierda, no reconocerlo, no criticarlo, no demandar soluciones a los causantes principales, los que tienen la responsabilidad política de la nación, es otra vez una traición a los principios básicos de justicia, libertad, solidaridad, derechos e igualdad que son el único legado moral con el que la izquierda puede sobrevivir a los embates de una derecha con demasiada frecuencia más astuta y mejor comunicadora.

Apoyar acríticamente al gobierno de Venezuela no debería ser, para la izquierda, un dilema como lo fue el apoyo a las anteriores decepciones históricas que ha enfrentado, desde la URSS hasta Cuba. No es aceptable decir que oponerse a las acciones de Maduro y su entorno de poder "le da armas al enemigo". Quien le ha dado armas es ese entorno, desde Chávez mismo. Caer de nuevo en el desprestigio de apoyar una dictadura apoyados en florituras retóricas, en justificaciones dogmáticas, en argumentos falaces y en la ceguera selectiva hacia la posición que nos exigiría la moral no es ser un defensor de la izquierda, por más que nos queramos convencer de ello.

Nadie en la antigua URSS (hoy disuelta), en Checoslovaquia (hoy inexistente), en Yugoslavia (hoy desaparecida), en Bulgaria, en Rumanía, en Alemania Oriental, en Polonia, en Hungría, salió a las calles en 1989 a defender el paraíso propagandístico, sino a celebrar su fin, pese a lo bueno que hubiera tenido... el saldo no era aceptable para las masas supuestamente beneficiadas por el sistema instaurado por Lenin. Si no hemos aprendido a avergonzarnos de haber estado al lado de los dictadores y no con el pueblo oprimido después de ese ejemplo feroz, multitudinario y popularísimo de desafección a las maravillas de la ortodoxia ideológica, volveremos a hacerle daño a las mejores causas (de verdad) de la izquierda, en un día de la marmota donde los errores morales se repiten en nombre de una ideología que sin moral es un cascarón vacío.

Es muy simple: cuando termine el experimento venezolano y se haga balance, ¿habremos estado del lado de la justicia, la libertad y la democracia o no?